sábado, 3 de mayo de 2008

LA CONTRACCION DEL ENTE A SUS INFERIORES

Proemio
González Alvarez

1.- Hemos considerado hasta aquí el ente en sí mismo. Logramos con ello un concimiento actual de su existencia y de su naturaleza, de sus propiedades y de sus leyes. Se nos ha ofrecido como la noción primera de cuantas posee el entendimiento. El ente encuéntrase nominalmente constituido por dos aspectos correlativos y estructurados que lo definen como “lo que es”. Semejante noción parece corresponder a la determinación más universal de las cosas. Se apunta con ello a un orden muy distinto de cuestiones. Trátase, en efecto, de mostrar que esta noción universalísima tiene, respecto de sus inferiores, un comportamiento especial entre todas las ideas universales. Queremos examinar la virtualidad del ente al compararlo con los sujetos a que se puede extender y aplicar. Veamos cómo se plantea el nuevo problema.


El ente es, por lo pronto, una noción dotada de la mayor extensión que puede concebirse. Todo se encuentra en la realidad referido al ente. La multiplicidad y diversidad de las cosas parecen unificarse en la noción común de ente. El ente se predica de todas las realidades. ¿Por qué de todas? ¿Cómo se predica? Los lógicos llaman universalidad a la propiedad que tienen los conceptos en su referencia a muchos sujetos. Es una unidad referida a muchos. La universalidad del ente debe tener una modalidad especial, ya que la unidad que debe realizar hállase referida a todos.

Partamos de un ejemplo. Supongamos que el género animal estuviese dividido en dos grandes especies: la de los racionales y la de los irracionales. Todos los animales pertenecen al género animal y se dividen en dos especies por intervención de las diferencias racional e irracional. Estas diferencias no están contenidas actualmente en el género. El animal como tal no es racional ni irracional. Debe decirse, en consecuencia, que un género se contrae a sus especies por las diferencias que pueden advenirle.

La diferencia específica, como acto diversificador, se añade exteriormente al principio de unidad que constituye el género. Nada de esto sucede en el caso del ente. Tenemos ahora una multiplicidad de entes diversos. Con la noción de ente pretendemos representarlos a todos. Una piedra, un árbol, un perro, un hombre son entes. También lo son un peso, un color, un sonido, un pensamiento. Un mismo atributo corresponde a realidades de diverso modo de ser.

En la noción de ente hay entrañada una diversidad que se acusa con mayor fuerza al considerar que también puede atribuirse a un objeto trascendente como Dios. ¿Qué es, pues, lo que en definitiva diferencia al ente cuando lo atribuimos a tan diversos objetos? ¿Será también ahora una diferencia exterior, es decir, añadida al ente desde fuera? Evidentemente, no. Si esta diferencia no está contenida en el ente, esto es, si no le pertenece y no es ente sería nada, y la nada no puede diferenciar. Las diferencias del ente deben también ser entes o, al menos, deben pertenecerle e incluirse en él. Entonces, ¿Cómo podrán ser, al mismo tiempo, diferencias? Estas dificultades nos conducen a reconocer un comportamiento en el ente muy distinto del advertido en el género respecto de sus especies.

Para el género hay diferencias reales que lo contraen. No hay ahora diferencias que puedan contraer al ente exteriormente. Esto nos hace sospechar que ni el ente es género ni los entes son especies. La universalidad del ente es de una modalidad especial. Se llama trascendentalidad.

Con su estudio daremos solución al primer aspecto de nuestro problema.
De la propiedad que se llama universalidad derivan los lógicos la que denominan predicabilidad. Porque el universal es uno en muchos puede predicarse de muchos. Parece natural que siendo la universalidad del ente de un tipo especial hasta el punto de merecer un nombre peculiar, también ahora su predicabilidad tendrá una modalidad particular que se va a llamar analogía.

Para resolver la cuestión de la predicabilidad del ente se ofrecen tres posibilidades que han sido históricamente realizadas. Si se acentúa demasiado la unidad del ente a expensas de la diversidad de los entes se ingresa en la vía de la univocidad y se corre el riesgo de caer en el monismo. Si, por el contrario, acentuamos de tal forma la diversidad que comprometemos la unidad, recorremos el camino de la equivocidad hasta ir a parar al pluralismo absoluto.

Sólo la doctrina de la analogía que escinde la noción de ente y, sin salir de ella, la articula, parece mantener el equilibrio y superar el dilema del monismo y el pluralismo absolutos para alcanzar un estructurado pensamiento metafísico. Con el estudio de la analogía se dará cumplida solución al problema planteado.

Todo ello está aconsejándonos la división del capítulo en los artículos siguientes:
1º La trascentalidad del ente.
2º La analogía del ente
LA TRANSCENDENTALIDAD DEL ENTE
Universalidad genérica y trascendental.
Ya quedó señalado que la universalidad significa unidad referida a muchos. Esa unidad de comunidad es al mismo tiempo consecuencia de la abstracción y principio diferenciador de la universalidad. Volvamos al ejemplo registrado en el proemio del capítulo. Comparábamos allí a la universalidad estricta de un concepto genérico con la trascendentalidad propia del ente. Observemos, en primer término, que mientras la unidad genérica comprende a un repertorio determinado de entes, la unidad trascendental abarca a todos sin excepción posible. De esta extensión sin límites proviene precisamente el nombre “trascendental”. Del latino trsascendo, compuesto de trans ( =más allá) y scando (= subir, escalar), significa, en efecto, lo que se extiende más allá de todos los límites. Los escolásticos llamaban trascendental al concepto que se extiende a todas las cosas y, por tanto, puede predicarse de ellas. En este sentido tomamos aquí la palabra. Mientras el universal propiamente dicho se refiere a una determinada naturaleza, el trascendental supera los límites de todas las categorías.
2. precisemos ahora las diferencias entre la universalidad más amplia del género y el trascendental. La primera puede encontrarse en la perfección de la unidad presente en el género y ausente en el trascendental. Resultado de una abstracción perfecta, la unidad genérica es asimismo una unidad perfecta. Derivada, empero de una imperfecta abstracción, la unidad trascendental es imperfecta.
En segundo lugar, la unidad trascendental contiene a los inferiores de una manera actual, aunque confusa e implícita; los inferiores están efectivamente contenidos y acumulados en la noción trascendental. La unidad genérica, en cambio, no contiene a los inferiores de una manera actual; las especies están en el género, a lo sumo, de un modo potencial.
Se desprende de ello, en tercer lugar, que la unidad trascendental se contrae a los inferiores por explicitación de lo implícito o distinción de lo confuso, es decir, por una mayor clarificación y expresión. La unidad genérica, en cambio, se contrae a sus inferiores por agregación extrínsecas de ciertas diferencias específicas que se componen metafísicamente con el principio potencial correspondiente. Todavía más: mientras la unidad trascendental debe contener implícitamente con lo común a todos los inferiores lo propio de cada uno, la unidad genérica debe comprender sólo lo común a las especies y no lo peculiar de las mismas.
Con ello estamos en condiciones de averiguar si la noción de ente se encuentra en el dominio de los universales genéricos o es un modo trascendental.
El ente es un trascendental.
Los caracteres de la unidad genérica tal como quedaron expuestos, nos están advirtiendo que no pueden ser realizados por la unidad de ente. Ésta parece más bien verificar las nociones del trascendental.

( A continuación sigue una reseña histórica de las posiciones de Duns Escoto y los escotistas, de Espinosa y Hegel y, al final, muestra las posiciones de Cayetano y de Suarez, cuyo texto es como sigue)
Frente a tales teorías, pretendemos mostrar aquí la trascendentalidad de la noción de ente. Aun advertiremos que en el modo concreto de explicarla se han hecho clásicas las opiniones de Cayetano y de Suarez. Para Cayetano el término ente designa un concepto subjetivo numéricamente uno y representativamente múltiple. También es múltiple el concepto objetivo de ente por cuanto contiene actualmente a todos y cada uno de los inferiores, bien que ligados por el vínculo de la proporcionalidad. Resulta, pues, que el concepto objetivo del ente es absolutamente múltiple y relativamente uno. De aquí que las diferencias constitutivas de los inferiores están contenidas en acto, aunque implícitas y confusas, en el concepto de ente.
Suarez, por el contrario acentúa la unidad del concepto del ente. El concepto formal es uno, porque es una la razón que notifica. A este concepto formal responde un concepto objetivo estrictamente uno, que contiene los inferiores sólo indeterminadamente en cuanto conviene en el ser. En el concepto objetivo del ente se contienen las diferencias, no actualmente, sino en potencia de predicación o de determinabilidad por modo de mayor expresión.
Las concepciones cayetanista y suarista sobre la trascentalidad del ente no son tan radicalmente contrapuestas que impidan toda posibilidad de acercamiento y conjunción. Si bien se observa, están formuladas desde dos perspectivas diferentes, pero legítimas. Cayetano se ha fijado preferentemente en la acepción participial del ente. Suarez ha enfocado la misma cuestión considerando el ente como nombre.
Desde esta última perspectiva parece claro que la unidad absoluta del ente está asegurada. Al ente nominalmente tomado le es le es insuficiente la unidad relativa o proporcional que Cayetano se esfuerza en defender. Mas la unidad absoluta del ente como nombre no se opone al hecho de que los inferiores estén contenidos actualmente en su concepto. Expresando el ente como nombre directamente la esencia, la unidad que le es propia tiene que ser la de algo común a todas las esencias, es decir, la inteligibilidad o, si se quiere, la aptitud para existir. Parece natural que en esta unidad se incluyan actualmente todas las diferencias por ser, asimismo, inteligibles y aptas para existir. Entonces, la unidad será absoluta, como quiere Suarez,, pero confusiva, según desea Cayetano.
Cosa distinta sucede en el ente tomado como participio. Se atiende ahora directamente al acto de existir que, en cuanto ejercido, exige un juicio para ser captado. Por tanto, un sujeto –la esencia- y una posición del acto mismo de existir –la existencia-. Se comprende fácilmente que lo que de común hay en los entes así entendidos no es precisamente la esencia, que es distinta en cada uno, ni la existencia, que es propia de cada cual; habrá que buscar esa unidad y comunidad en la proporción de las esencias a sus respectivas existencias. Esta unidad de proporcionalidad explica con la perfección que exige Cayetano la actual continencia de las diferencias en la noción del ente.

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