sábado, 19 de abril de 2008

EL SER COMO SER... LA CIENCIA REINA

De breve tratado acerca de la existencia y lo existente
J. Maritain

Y cuando, pasando a la ciencia-reina (La Metafísica), y a la intuición de la que acabo de hablar, la inteligencia extrae del conocimiento de lo sensible, donde está sumergido, al ser en sus propios valores, en su típica y primordial densidad inteligible, para hacer de él el objeto o más bien el sujeto de la metafísica; es también y ante todo el acto de existir, lo que la inteligencia extrae en esta misma luz, al conceptualizar la intuición metafísica del ser. Y está entonces, según la doctrina clásica de los tomistas, en el tercer grado de abstracción.

Mas por ahí echamos bien de ver cuán falso sería poner los grados de abstracción en la misma línea, como si la matemática fuera más abstracta y más general que la física, y la metafísica más abstracta y general que la matemática. ¡No! Entre los grados de abstracción no hay sino relación analógica; cada uno de ellos responde a una manera típica e irreductiblemente distinta de considerar lo real y de apoderarse de él; a una “captación” sui generis en la lucha del entendimiento con las cosas. La abstracción propia de la metafísica no procede de una simple aprehensión o de una visualización eidética de un universal más universal que los otros; sino que procede de la visualización eidética de un trascendental que lo llena todo, y cuya inteligibilidad envuelve una irreductible proporcionalidad o analogía ( a es para con su existir como b es para el suyo), porque esto mismo es lo que descubre el juicio: la actuación de un ser por el acto de existir, comprendido como desbordando los límites y las condiciones de la existencia empírica, y por consiguiente en la ilimitada amplitud de su inteligibilidad.

Si la metafísica se encuentra en el más elevado grado de abstracción, es precisamente porque a diferencia de todas las otras ciencias, al tener por objeto el ser en cuanto ser, su objeto es el acto mismo de existir. El objeto de la metafísica es el ser, o aquello cuyo acto es existir, considerado en cuanto ser, es decir, en cuanto no está ligado a las condiciones materiales de la existencia empírica, en cuanto ejerce o puede ejercer sin la materia el acto de existir. En virtud del tipo de abstracción que la caracteriza, la metafísica considera realidades que existen o pueden existir sin la materia, y hace abstracción de las condiciones materiales de la existencia empírica, mas no hace abstracción de la existencia.

La existencia es el término en virtud del cual la metafísica conoce todo lo que conoce, es decir la existencia real, sea actual o posible, la existencia no como un dato singular del sentido o de la conciencia , sino como captada en lo singular mediante la intuición abstractiva; la existencia no reducida a este punto de actualidad existencial actualmente experimentada, al que únicamente prestan atención los fenomenólogos existencialistas, sino liberada en la amplitud inteligible de que está dotada como acto de lo que es, y que da origen a las certidumbres necesarias y universales del saber propiamente dicho. Y su objeto mismo, la metafísica lo capta en las cosas: y ese objeto no es otro que el ser de las cosas sensibles y materiales, el ser del mundo de la experiencia que constituye su campo de investigación inmediatamente accesible; el que, antes de buscar su causa, ella discierne y escruta –no como sensible y material, sino como ser; antes de elevarse a las cosas espirituales, apodérase ella de la existencia empírica, de la existencia de las cosas materiales-, no como empírica y material, sino como existencia.

Como abarca un ser o entidad más universal que las otras ciencias, viene a ser así como una réplica, por llamarle de algún modo, accidental de la inmaterialidad de su objeto y de su visión. De suyo, y en razón de que contemplando todo aquello que, según sus razones propias está desligado de la materia, su mirada purificada pósase en las cosas sin ser en ellas detenida por sus características materiales, y se dirige a lo que hay de más profundo en las cosas concretas e individuales, a su ser considerado como ser, y al acto de existir que esas cosas ejercen o pueden ejercer.

Si no toca a lo individual en sí, esto no es porque se niegue a hacerlo en razón de su propia estructura noética; no es falta suya, sino falta de la raíz de no-ser e ininteligibilidad que es o pone la materia en el individuo. La prueba de esto está en que cuando pasa del ser a la causa del ser, la suprema realidad que conoce, por supuesto que tras el velo de la analogía, es la realidad suprema individual, la realidad del Acto puro, del Ipsum esse subsistens. Ella es la única ciencia que puede desembocar así en El individual por excelencia.

La más funesta herejía metafísica es el considerar al ser como el genus generalissimum, el hacer de él a la vez un equívoco y una pura esencia. El ser no es un universal; su infinita amplitud, su sobreuniversalidad, por decirlo así, es la de un objeto de pensamiento implícitamente múltiple que embebe analógicamente todas las cosas, y desciende en su irreductible diversidad a lo más íntimo de cada una; y es no solamente lo que ellas son, sino también su mismo acto de existir.

Existe un concepto de existencia. En este concepto la existencia es tomada ut significata, como significada al espíritu, y a la manera de una esencia, si bien no es una esencia. Mas el concepto de existencia no es el objeto de la metafisica; ninguna ciencia se detiene en los conceptos, sino que por ellos pasa a la realidad. Asimismo, no es el concepto de la existencia adonde se dirige la ciencia del ser, sino a la misma existencia. Y cuando trata de la existencia ( y trata de ella siempre, al menos en cierta manera), el concepto de que se vale no le presenta una esencia, sino, en expresión de Étienne Gilson, aquello que tiene por esencia el no ser una esencia: el acto de existir.

Entre tal concepto y los que emplean las otras ciencias, existe analogía y no univocidad. Éstas emplean sus conceptos para conocer las realidades significadas por esos conceptos, y esas realidades son esencias. La metafísica emplea el concepto de la existencia para conocer una realidad que no es una esencia, sino el acto mismo de existir.
He dicho antes que no es posible separar el concepto de la existencia del de la esencia. La existencia es siempre la existencia de alguna cosa, de una capacidad de existir.

La noción misma de esencia significa una relación al esse; por esta razón podemos muy bien decir que la existencia es la fuente primera de la inteligibilidad. Pero como no es una esencia o un inteligible, preciso es que esta fuente primera de inteligibilidad sea un superinteligible. Cuando decimos que el ser es lo que existe o puede existir, lo que ejerce o puede ejercer la existencia, en estas palabras se encierra un gran misterio: en el sujeto lo que tenemos –en cuanto es esto o aquello, en cuanto posee una naturaleza-, una esencia o un inteligible; en el verbo existe tenemos el acto de existir o un superinteligible.

Decir lo que existe, equivale a juntar un inteligible a un superinteligible; equivale a tener delante de los ojos un inteligible investido y perfeccionado por una superinteligibilidad. ¿es pues de extrañar que en lo más alto de los seres, allá donde todo va relacionado y dirigido al acto puro trascendental, la inteligibilidad de la esencia se confunda en una identidad absoluta con la superinteligibilidad de la existencia, ya que ambas sobrepasan infinitamente el contenido que aquí abajo expresan sus conceptos respectivos, en la incomprensible unidad de Aquel que es?

(ADJUNTO A ESTE TEMA VA LA SIGUIENTE NOTA DEL MISMO AUTOR).

En el instante que el sentido se apodera de un sensible existente, el concepto del ser y el juicio “este ser existe” que mutuamente se condicionan, surgen a la vez en la inteligencia. En éste que es el primero de nuestros conceptos, la inteligencia metafísica percibe el ser en toda su amplitud analógica y en su libertad frente a las condiciones empíricas. Y partiendo de esta noción, cuya fecundidad es inagotable, la metafísica formula las primeras divisiones del ser y los primeros principios. El principio de identidad tiene un significado no solamente esencial o copulativo (“todo ser es lo que es”), sino también y sobre todo existencial (“lo que existe, existe”).Cf. Siete lecciones sobre el ser, pag. 105.

Cuando por la “reflexión”, provocada por el juicio, el sujeto se comprende a sí mismo como existente, y por oposición comprende al mismo tiempo como extramental la existencia de las cosas, no hace otra cosa que explicitar reflexivamente lo que conocía ya. La existencia extramental de las cosas le era dada, la comprendía, desde el primer momento en la intuición y en el concepto del ser ( y esto según la analogicidad misma de este concepto, de tal suerte que el ser es comprendido como existiendo actual o posiblemente, contingentemente o necesariamente; y en tal forma que en el analogado del ser más inmediatamente comprendido –el existente sensible y, en general, las cosas -, esta existencia extramental aparece como contingente y como no formando parte de la noción de las cosas.


En otros términos, se deben distinguir las siguientes etapas:

1º “Juicio” (impropiamente dicho) del sentido externo y de la cogitativa, tal como se encuentra en el animal y refiriéndose a un existente sensible presentado a la percepción.
Y en esto consiste, en la esfera del sentido, con su tesoro de inteligibilidad en potencia, en ninguna forma en acto, el equivalente “ciego” de lo que expresamos cuando decimos: “Esto existe”.

2º formación –en un mismo instante de despertar de la inteligencia, y en una mutua involución-, de una idea (“este ser”, simplemente “esta cosa”, en que la idea del ser está implícitamente presente), y de un juicio que reúne el objeto de pensamiento en cuestión con el acto de existir (entiéndase bien: no con la noción de existencia, sino con el acto de existir): “esta cosa existe” o “este ser existe”.
Al formar este juicio, la inteligencia, por una parte, conoce el sujeto como singular (indirectamente y por “reflexión sobre los fantasmas”), y por otro lado afirma que este sujeto singular ejerce el acto de existir (dicho de otro modo, ella ejerce sobre la noción de este sujeto un acto mediante el cual ve intencionalmente la existencia de la cosa). Esta afirmación encierra el mismo contenido –aunque aquí revelado, trasportado a la inteligibilidad en acto-, que el “juicio” del sentido externo y de la cogitativa. Y no lo profiere el entendimiento por reflexión sobre los fantasmas, sino por y en este “juicio” mismo y esta intuición del sentido, en el que se comprende al inmaterializarlo para expresárselo a sí mismo. Toca así al actus essendi (al juzgar) –así como toca a la esencia (al concebir)- por intermedio de la percepción sensorial.

3ºFormación de la idea de existencia. De ahí que juntamente con el primer juicio de existencia, la idea del ser ha surgido así: “lo que existe o puede existir”; la inteligencia se apodera, para hacer de él un objeto de pensamiento, del acto de existir afirmado en el primer juicio de existencia, y se forma un concepto o una noción de la existencia (existentia ut significata).

4ºIntuición de los primeros principios, sobre todo del principio de identidad (“lo que existe, existe”, “todo ser es lo que es”).

Sólo después de esto, por una reflexión explícita sobre su acto, la inteligencia comienza a tener explícitamente conciencia de la existencia del sujeto pensante; y ya no sólo vive el cogito, sino que lo expresa. Y por oposición

conoce explícitamente, como extramentales, el ser y la existencia que ya le habían sido dados de hecho, en su realidad extramental, en las etapas 2,3 y 4. Este análisis concuerda con el del P.Garrigou-Lagrange (De intellligentia naturali et de primo objiecto ab ipsa cognito,…), por cuanto ambos ponen la intuición del principio de identidad antes de la toma de conciencia de la existencia del sujeto pensante, Y difiere en que coloca el primer juicio de existencia (el que condiciona la formación de la idea del ser y es condicionado por ella) antes de la toma de conciencia de la existencia del sujeto pensante, y aun antes de la intuición del principio de identidad.

La doctrina expuesta por Santo Tomás en el comentario a De Trinitate, de Boecio (in Trin. etc) confirma la tesis de que el concepto metafísico del ser, así como el concepto de sentido común que la inteligencia se forma en su primer despertar, es una visualización eidética del ser aprehendido en el juicio, en la secunda operatio intellectus, quae respicit ipsum esse rei. Demuestra, en efecto, que lo propio del concepto metafísico del ser es el ser resultado de una abstracción (o separación de la materia) que tiene lugar secundum hanc secundam operationem intellectus. (“Hac operatione intellectus vere abstraere non potest, nisi ea quae sunt secundum rem separata.”)

Si puede ser separado de la materia según la operación del juicio (negativo), es porque se refiere en su contenido al acto de existir significado por el juicio (positivo) y que desborda la línea de las esencias materiales, objeto connatural de la simple aprehensión.

En este artículo de De Trinitate, Santo Tomás reserva el nombre de abstractio estrictamente dicha a la operación por la que el entendimiento considera y comprende aparte un objeto de pensamiento que en la realidad no puede existir sin las otras cosas que el entendimiento deja fuera de su consideración. (Entonces “ea quórum unum sine alio intelligitur sunt simul secundum rem”.) Cuando después distingue de la abstractio “común a todas las ciencias” (primer grado de abstracción intensiva) y de la abstractio formae a materia sensibili, que es propia de las matemáticas (segundo grado de abstracción intensiva), la separatio propia de la metafísica, y en la que, por realizarse secundum illam operationem quae componit et dividit, el entendimiento divide una cosa de otra per hoc quod intelligit unm alii non inesse, quiere decir (como lo enseña a cada paso, por ejemplo en su comentario a la metafísica) que las cosas que son objeto de la metafísica existen o pueden existir sin la materia, están o pueden estar separadas de cualquier condición material en la existencia misma que ejercen fuera del espíritu (separatio secundum ipsum esse rei). Y el entendimiento abstrae el ser de toda materia y se forma el concepto metafísico del ser en cuanto ser, valiéndose de un juicio que declara que el ser no se halla necesariamente unido a la materia ni a ninguna de sus condiciones.

Si Santo Tomás insiste de este modo acerca de la distinción entre la separatio propia de la metafísica y la simple abstractio propia de las otras ciencias, es porque quiere demostrar contra los platónicos, que los trascendentales pueden existir separados de la materia, pero que, en cambio, los universales y las entidades matemáticas no lo pueden hacer. “et quia quidam non intellexerunt differentiam duorum ultimorum (abstracción común y abstracción matemática) a primo (separación metafísica), inciderunt in errores, ut ponerent matemática et universalia a sensibilibus separata, ut Phytagorici et Platonici.”.

Ninguna otra cosa hay que buscar en estos textos, y en forma alguna significan que la separatio en cuestión debería substituirse a la “abstracción llamada analógica” (tercer grado de abstracción intensiva). El hecho de que Santo Tomás emple aquí la palabra separatio más bien que la palabra abstractio ( que reserva para los casos en que el objeto considerado aparte no puede existir aparte) no impide en forma alguna que esta separatio, ya que concluye en una idea y en una idea cuyo significado es el más alejado de la materia, sea una abstracción en sentido general, o más bien proporcional de la palabra (pero que no se produce en la línea de la simple aprehensión de las esencias). Esta “separación” es la abstracción analógica del ser.

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