martes, 6 de mayo de 2008

LA ANALOGIA DEL ENTE

Artículo II,- LA ANALOGIA DEL ENTE

El concepto de analogía.
1. Antes de entrar en el problema de la predicabilidad analógica del ente debemos determinar, aunque sea con brevedad, el concepto de analogía expresando la definición y la división de la misma.

La noción de analogía puede ser indagada en una búsqueda deductiva. El universal puede contraerse a los inferiores de triple manera: según una razón estrictamente idéntica, según una razón completamente diferente y según una razón que es en parte la misma y en parte diferente. La atribución idéntica de una misma razón universal a varios sujetos se llama univocación; la atribución de una razón universal en sentidos completamente diversos al pasar de un sujeto a otros recibe el nombre de equivocación; finalmente, la predicación de una razón universal en sentidos que en parte son idénticos y en parte diversos se denomina analogía.

De aquí que el término unívoco, como "hombre", se relaciona a sus inferiores siempre con la misma significación; el término equívoco se predica a las cosas a las que se atribuye con significaciones enteramente diversas; tal, por ejemplo, la palabra “gato”, cuando se dice de un animal y de un instrumento. El término análogo se dice de sus inferiores con una significación parcialmente semejante y parcialmente diferente. Tal es el caso de la palabra "sano" atribuida al animal, a la medicina o al color.

Se ve, pues, que la analogía es un modo de atribución lógica intermedia entre la univocidad y equivocidad. Por intermedia, la analogía debe participar de la univocidad y la equivocidad. Mas, no puede participar por igual y del mismo modo.

Lo prohíbe el hecho de la contrariedad entre univocidad y equivocidad. Sería absurdo afirmar que un término análogo se predica de dos sujetos con una significación que fuese simpliciter la misma y simpliciter diversa. Y sería insuficiente si tal predicación fuese secundum quid la misma y secundum quid diversa. La participación que buscamos debe, pues, ser desigual.

Pero, entonces, o se acerca más a la univocidad o está más próxima de la equivocidad. Queremos decir que el término análogo tendrá una significación simpliciter la misma y secundum quid diversa o. por el contrario, será simpliciter diversa y secundum quid la misma. La primera de esas posibilidades no puede ser admitida, ya que la analogía quedaría absorbida en la univocidad y confundida con ella.
La razón análoga debe ser, pues, simpliciter diversa y secundum quid la misma. Lo cual puede ser puesto de relieve muy fácilmente. La analogía implica cierta desviación de la univocidad que debe poseer una unidad esencial siempre idéntica a sí misma. Pero toda desviación de la unidad esencial debe producir una diversidad absoluta. Sucede a la unidad esencial lo que Aristóteles expresaba de los números; como en estos la mera suma o resta de la unidad los cambia de especie, así la más mínima agregación o sustracción de notas esenciales producirá la diversidad esencial absoluta.

Dígase, en consecuencia, que la analogía es la predicabilidad en que la razón significada por el término universal es absolutamente diversa y en cierto modo la misma.

Con la definición que acabamos de obtener podemos entrar en el tema de la división de la analogía. Huyendo de la minuciosidad que implicaría una división exhaustiva reparamos únicamente en las clases más generales. La razón análoga, calificada de simpliciter diversa, puede, en primer lugar, encontrarse realizada intrínsecamente en todos los analogados. La analogía se llama entonces de causalidad formal intrínseca.

Pueden darse dos casos, según que se trate de una forma absoluta, aunque graduada (analogía de atribución intrínseca), o de una forma proporcional con significación propia en todos los analogados (analogía de proporcionalidad propia), o con significación propia en uno y metafórica en los otros (analogía de proporcionalidad metafórica). Pero puede también – y es el segundo caso general- la razón análoga encontrarse realizada intrínsecamente en uno sólo de los analogados y en los demás denominativamente.

La analogía se llama entonces de causalidad extrínseca, es siempre de atribución y se divide según la causalidad eficiente, material, final y ejemplar.
Se percibirán mejor los diversos tipos de analogía en el siguiente esquema:
La razón análoga se encuentra realizada intrínsecamente:

1.- En todos los análogos……analogía según la causalidad formal intrínseca

a) con una forma absoluta aunque graduada…..analogía de atribución intrínseca

b) con una forma proporcional…..analogía de proporcionalidad.
a´) con significación propia en todos…analogía de proporcionalidad propia.
b´) con significación propia en uno y metafórica en los otros…analogía de proporcionalidad metafórica

2.- En uno solo y en los demás denominativamente….analogía según la causalidad ex
trínseca, siempre de atribución.

La analogía del ente. Después de lo que llevamos dicho en todo lo que precede de este capítulo, podemos afirmar resueltamente que la noción de ente sólo puede ser analógica y en modo alguno unívoca ni equívoca. La noción de ente no es, por lo pronto, una noción unívoca. No se estructura y diferencia a la manera de un género. El univocismo sólo puede conducir al monismo. Si significa lo mismo y de la misma manera, si siempre que lo atribuimos a los sujetos lo hacemos con idéntico sentido y nuestro sentir está fundado, no podría haber diversidad específica, distinción numérica ni diferencias individuales.

Pero estas diferencias, como las distinciones y las diversidades, saltan a la vista. Nadie confunde a un álamo con un borrico, ni a su mujer con la del vecino, ni a sí propio con su peso. Para borrar estas diferencias y declarar que todo es uno y lo mismo, sería preciso colocarse en la perspectiva metafísica del monismo. Por debajo de la distinción física de las cosas, sosteniéndolas inclusive, se da la más rigurosa identidad metafísica. Fuera del ente, o de la sustancia, o de la naturaleza, o de Dios, sólo se dan “modos” del ente, pero no los entes. Tal es el caso de Espinoza.

La atribución unívoca del ente es el fundamento de la unicidad de lo real y del monismo metafísico. Y si se dijera con Duns Escoto, que las modalidades del ente son exteriores a su noción, no se ve lo que tales modalidades puedan significar ni cómo dividan al ente, salvo que se trate de verdaderas diferencias específicas. Pero ello implicaría hacer del ente una noción genérica cuyos inconvenientes fueron ya analizados en el artículo anterior.

Tampoco puede ser la noción del ente puramente equívoca. Estaríamos no ante una noción con un contenido significativo, sino ante una palabra que sería mera palabra que no correspondería a ninguna realidad. El equivocismo se sitúa en el extremo del univocismo, como antípoda suyo. Su consecuencia última hay que buscarla en el pluralismo absoluto o, mejor aún, en el escepticismo. Defendía el univocismo no sólo la unidad nocional del ente, sino también la unicidad de su concepto. Rechaza ahora el equivocismo toda unidad conceptual. Sólo queda la unidad de la palabra mentando una pluralidad indefinida de conceptos sin vinculación alguna.

Si antes se borraban las diferencias entre las cosas, se borra ahora toda comunidad entre las mismas. De la unicidad de la naturaleza se ha pasado a la mera coexistencia de naturalezas diversas. El monismo cede el puesto al pluralismo absoluto. Pero entonces todo raciocinio y hasta cualquier juicio de alcance universal debe perecer. Ni siquiera la realidad singular, pero cambiante y móvil, podría ser conocida. El pluralismo se ve abocado al escepticismo universal.

Las diferencias entre los entes prohíben la univocidad; las semejanzas entre los mismos obligan a rechazar la equivocidad. Sólo la analogía del ente puede tener en cuenta tales semejanzas y diferencias. Sólo la igual desigualdad de los sentidos de la noción analógica contiene, de modo unificado y diferenciado, las diversas modalidades del ente.

Debe decirse, pues, que el ente es análogo. La analogía, superadora de los extremismos del univocismo puro y del puro equivocismo, es la clásica solución del problema de la predicabilidad del ente. Frente al romanticismo y al escepticismo puso García Morente en la doctrina de la analogía la nota primordial del clasicismo.

"La historia de la filosofía nos muestra notorios ejemplares de sistemas en los que esas dos posiciones (de la univocidad y de la equivocidad) con sus principales consecuencias están perfectamente realizadas. Tenemos la actitud de los monistas, idealistas, materialistas, que sostienen la univocidad del ser. Son los románticos de la filosofía, los que sólo tienen ojo para lo común e idéntico de los seres y no perciben, no reconocen lo diferencial y diverso. En la antigüedad, por ejemplo, Parménides, Demócrito; en la edad moderna, los idealistas o panteístas, Descartes, Espinosa, Kant, Hegel. Frente a esta estirpe de pensadores románticos encontramos el grupito reducido de los que se aferran a la equivocidad del ser; para éstos, la palabra o concepto de ser, siendo equívoca, se refiere, cada vez que se pronuncia, a algo totalmente distinto, y cambia totalmente de sentido cada vez que se emplea. Para éstos, principalmente, no puede haber conocimiento ni ciencia alguna. Son éstos en la antigüedad Heráclito, los escépticos; en la época moderna, Hume, y en cierto sentido el filósofo francés, tan respetable por otras razones, Bergson".

Continúa García Morente describiendo el origen y establecimiento de la doctrina de la analogía así: “Ya la filosofía antigua anterior a Aristóteles había percibido con toda claridad las dificultades inextricables en que se enreda el pensamiento si adopta la actitud monista y romántica o la actitud escéptica de un pluralismo irracional. El esfuerzo por hallar una nueva actitud fue, en realidad, el que engendró en Grecia el pensamiento filosófico clásico. Ni Parménides ni Heráclito, ni panteísmo ni escepticismo. Sócrates inaugura un nuevo modo de pensar, que Platón perfecciona y que Aristóteles lleva a su más alta forma. El ser no es ni unívoco ni equívoco, es análogo. ¿qué quiere decir, pues, la analogía del ser?

Quiere decir que el ser tiene distintas significaciones; pero que son distintas no enteramente, sino sólo en parte. El ser, dice Aristóteles, se dice de muchas maneras; hay diversas modalidades de ser, aun cuando por debajo de todas ellas permanece la unidad del ser en cuanto tal. Esa unidad del ser, eso que hay de común entre los seres, no los convierte a todos en uno solo hasta el punto de hacer unívoco el concepto de ser; pero tampoco hace de cada uno un objeto totalmente distinto de los demás, hasta el punto de establecer entre ellos una diferencia total que conduciría a la imposibilidad del conocimiento. Aristóteles puso en Grecia las bases fundamentales de una teoría de la analogía del ser”.

Debe decirse inclusive que pone estas bases como una exigencia de la posibilidad y unidad de la metafísica:"La ciencia del filósofo es la ciencia del ser, en tanto que ser en todas estas acepciones y no desde un punto de vista particular. El ser no tiene una significación única, sino que se entiende de muchas maneras: si sólo hay analogía de nombre y no hay en el fondo un género común, el ser no es del dominio de una sola ciencia, pues que no hay entre las diversas clases de seres unidad de género, pero si hay entre ellas una relación fundamental, entonces el estudio del ser pertenecerá a una sola ciencia. Lo que hemos dicho que tenía lugar respecto de lo medicinal y de lo sano, se verifica igualmente al parecer en cuanto al ser".

La tesis aristotélica de la analogía será recogida y desarrollada por Santo Tomás. García Morente sigue observando cómo en esta posición tan neta y precisa se documenta por modo ejemplar el clasicismo de Santo Tomás. El primero de los caracteres que enúmerábamos de un espíritu clásico lo hallamos en Santo Tomás llevado a su más alto grado. La realidad, para él, no es ni una única estructura óntica ni una infinita diversidad de objetos incognoscibles, sino un sistema de modos del ser que permiten al intelecto llegar al conocimiento de lo propio individual sobre la base de lo específico y genérico.

La mirada de Santo Tomás, posando sobre lo estrictmente individual en las cosas, busca lo típico y común a grandes grupos de seres, pero sin perderse, como el romanticismo filosófico, en la infinita lejanía de una intuición idealista que pone una identidad absoluta en lugar de la diversidad ordenada e inteligible. Comentando, en efecto, el Angélico el pasaje citado de Aristóteles, defiende la analogía del ente situándola entre la univocidad y la equivocidad: “En los términos unívocos el nombre se predica de diversos individuos según una razón totalmente idéntica; así, por ejemplo, “animal” predicado del caballo y del buey, significa una sustancia animada sensible. En los términos equívocos, empero, se predica el mismo nombre de diversos individuos según una razón totalmente diversa; como se patentiza con el término “can” predicado de una constelación y de cierto animal. En los términos mencionados (en los análogos), el mismo nombre se predica de diversos sujetos según una razón en parte idéntica y en parte diversa. Diversa, en efecto, en cuanto a los diversos modos de relación; idéntica en cuanto a aquello a lo que se hace relación. El ser signo de algo y el ser esa realidad es diverso, pero la salud es una. Por eso se dicen análogos, porque están proporcionados a uno. De modo semejante sucede con la multiplicidad del ente. El ente absolutamente considerado es lo que en sí tiene el ser, es decir, la sustancia. Otros, empero, se llaman ente porque son algo de lo que es en sí, por ejemplo, la pasión o el hábito o algo semejante. La cualidad se dice ente no porque sea en sí, sino porque por ella la sustancia recibe una disposición. Lo mismo hay que decir de los demás accidentes; y por eso dice (Aristóteles) que son “del ente”. Se patentiza así que la multiplicidad del ente tiene algo común a lo cual se reduce”.

La concepción analógica del ente pertenece al patrimonio común de todos los filósofos que desde el siglo XIII han sido influenciados de algún modo por el espíritu de Santo Tomás. Dejemos, pues, la historia y tratemos ya de una manera sistemática la cuestión de la analogía del ente.

La analogía del ente viene determinada por la trascendentalidad que tenemos demostrada. Simple secuencia de la universalidad, la predicabilidad se conforma con todo rigor a ella. La universalidad del ente adquirió una modalidad especial que denominamos trascendentalidad, y que ahora originará la peculiar predicabilidad que llamamos analogía.

En efecto: la unidad trascendental del ente incluye con lo común a todos los inferiores lo propio de cada uno; por tanto, la noción de ente tendrá una comunidad de predicación y una diversidad de atribuciones; pero eso es precisamente lo que caracteriza a la analogía según quedó definida; luego, por trascendental, el ente debe ser análogo. Porque la noción del ente es trascendental, encierra una unidad diferenciada en la que lo uno es compatible con lo múltiple. Resultado de una imperfecta abstracción, la unidad trascendental es imperfecta. Pero, bien que imperfecta, goza de cierta unidad, que al resplandecer sobre la multiplicidad no tolera en la noción trascendental una diversidad incoherente. De aquí que el ente, por gozar de la unidad trascendental así definida, no tolere la predicabilidad unívoca, siempre en el mismo sentido, ni la predicabilidad equívoca, esto es, en sentido enteramente diverso para cada caso. La predicabilidad del ente sólo puede regirse por la analogía intermedia entre la univocidad y equivocidad, es decir, en parte la misma y en parte diversa. Y habiendo mostrado más atrás que la modalidad intermediaria de la analogía exigía precisamente la relativa mismidad y la absoluta diversidad, debe concluirse que así deberá ser la analogía del ente.

3.-La analogía propia del ente. Queda por resolver una última cuestión cuya gravedad no es necesario ponderar. Hemos establecido que el ente es análogo. Pero también distinguimos varios tipos de analogía. ¿Cuál de ellos será la analogía propia del ente? Contestar este interrogante sobre el tapete de su propia historia nos llevaría tan lejos que haría poco menos que interminable este artículo. Las discrepancias entre los autores surgen de las respectivas concepciones de la analogía y su división, de la trascendentalidad del ente y del ente mismo. Preferimos un tratamiento sistemático del problema con referencias a las posiciones históricas en los lugares correspondientes.

Distinguimos más atrás dos tipos generales de analogía. Si la razón análoga se encuentra realizada intrínsecamente en todos los analogados, lo llamamos analogía según la causalidad formal intrínseca. Si, empero, se encuentra intrínsecamente en uno solo y en los demás denominativamente, lo llamamos analogía según la causalidad extrínseca. Pues bien, he aquí una primera cuestión: la analogía del ente, ¿es intrínseca o extrínseca?

La analogía del ente no puede ser puramente extrínseca. Todos los modos del ente son formal e intrínsecamente pertenecientes al ente. El papel en que estoy escribiendo, su color y su tamaño son efectivamente ente, y no por mera denominación extrínseca. Si la entidad no se encuentra realizada en las cosas, no hay cosas, y su realidad se esfumaría en la nada. Tenemos por seguro que cuando Aristóteles nos presenta las modalidades del ente en relación a un primer analogado, que es la sustancia, no está edificando la teoría de la analogía de atribución extrínseca.

Dice, en efecto, el Estagirita, que el ente se dice de muchas maneras, aunque siempre por relación a un término único, a una misma naturaleza, Hasta pone el ejemplo de lo “sano”, que siempre se refiere a la salud, una cosa porque la produce, otra porque es señal de ella. Como sano se toma en muchas acepciones, mas siempre por relación a la salud, así, ente se dice de muchas maneras por relación a la sustancia. Pero se cuida Aristóteles –y lo mismo Santo Tomás en seguimiento suyo- de observar que las cosas se dicen ente porque son sustancia o porque son afecciones de la sustancia o porque se ordenan a la sustancia. Inclusive cuando nos colocamos, con Santo Tomás, en la dimensión superior de las relaciones entre el ente creado y el increado debe ser descartada la analogía extrínseca.

Que el ente se predique primariamente de Dios, que es por sí, y secundariamente de las criaturas, que son por participación, no significa que sólo en Dios exista el ente formalmente y como tal se atribuya a las criaturas por simple denominación. Mientras la salud existe propiamente en el animal y las demás cosas se dicen sanas por la relación de signo o de causa que dicen a ella, la entidad se da intrínsecamente en todos los entes.

La analogía propia del ente tiene que ser intrínseca. Pero en la analogía según la causalidad formal intrínseca distinguimos dos especies: analogía de atribución y analogía de proporcionalidad. Se ofrecen, pues, dos posibilidades para resolver nuestra cuestión de la analogía propia del ente. Las dos han sido históricamente satisfechas. Cayetano defendió que el ente es análogo con analogía de proporcionalidad propia.

Se apoya en un texto famoso de Santo Tomás, que dice que la predicación analógica puede ser de tres maneras, o según la intención solamente y no según el ser, o según el ser y no según la intención, o según la intención y según el ser. Bautiza estos tres tipos de analogía interpretándolos así: la analogía secundum esse tantum et non secundum intentionem o de desigualdad –inaequaqualitatis- se acerca a la univocidad; la analogía secundum intentionem tantum et non secundum esse o de atribución extrínseca es más vecina de la equivocidad, y la analogía secundum intentionem et secundum esse o de proporcionalidad, es la verdadera analogía metafísica. Así, bajo la autoridad indiscutida de Cayetano, se ha venido afirmando por nutrida legión de pensadores que la analogía del ente es de proporcionalidad propia.
Suaréz se sitúa en el extremo opuesto. El ente es análogo con exclusiva analogía de atribución intríseca.. No expresando la idea del ente la proporción de la esencia as la existencia, la analogía de proporcionalidad tiene que ser arrojada por la bordas o desplazada al ámbito de la metáfora. El ens ut nomen , al que Suarez se relaciona invariablemente expresa la esencia en general, abstracción hecha de la existencia real. Como tal, goza de unidad verdadera y absoluta y no lleva en sí diversidad actual, implícita o confusa. La única analogía que comporta es la de atribución intrínseca.

No. La síntesis superadora de cayetanismo y de suarismo en el problema de la analogía metafísica debe ser buscada en dimensión diferente. En las mismas fuentes del tomismo ha indagado últimamente Santiago María Ramírez. Tomando como base el texto de Santo Tomás utilizado por Cayetano, interpretando el triple modo de analogía allí distinguido como una analogía de desigualdad, de atribución y de proporcionalidad, rechaza semejante equivalencia. Donde Cayetano encontró la analogía de proporcionalidad, demuestra Ramírez que hay analogía de atribución: “en el citado texto, la analogía secundum esse tantum et non secundum intentionem es, efectivamente, la misma que la analogía inaequalitatis de Cayetano; en cambio, la analogía secundum intentionem tantum et non secundum esse y la analogía secundum intentionem et secundum esse son dos modos distintos de la analogía ab uno vel ad unum, llamado también por Santo Tomás analogía de atribución; de la analogía de proporcionalidad no se hace mención para nada en este lugar”.

Ello no significa, como es natural, que no se la encuentre en otros lugares, y precisamente como analogía de proporcionalidad propia y hasta referida al ente. El error de Cayetano no ha consistido en defender la analogía de proporcionalidad que cumple el ente, sino en exclusivizarla, al propio tiempo que minimiza la analogía de atribución intrínseca, que también realiza. Algo semejante al fallo de Suárez al rechazar la analogía de proporcionalidad y hacer exclusiva del ente la analogía de atribución intrínseca. Siempre los exclusivismos han sido fuente de falsedad en los sistemas. “Cayetano restringió demasiado el ámbito y la virtualidad de la analogía de atribución, a favor de la analogía de proporcionalidad propia; Suárez, al contrario, sacrificó la analogía de proporcionalidad propia a favor de la analogía de atribución por participación intrínseca y formal.

Santo Tomás es mucho más completo y equilibrado, superando a uno y a otro: al de Gaeta y al de Granada, a éste sobre todo. Porque Cayetano admite, en realidad, toda la doctrina de Santo Tomás, aunque no logró interpretarla en todo conforme a la mente de su autor, Suárez, en cambio, al negar obstinadamente toda analogía de proporcionalidad propia, seccionó de su tronco la mayor y mejor parte de la analogía tomista, con enorme daño de las ciencias filosóficas y teológicas.

La seguridad y el aplomo de este lenguaje de Ramírez se justifica por las conclusiones ya logradas en la página anterior en orden a la elaboración doctrinal de la analogía y su aplicación a la analogía del ente: “Hay tres tipos fundamentales de analogía: uno, de desigualdad, es decir, secundum esse tantum et non secundum intentionem, otro, de atribución, ad unum vel ab uno, que se desdobla en dos modos: de atribución por mera denominación extrínseca (=secundum intentionem tantum et non secundum esse), y de atribución, por participación intrínseca y formal de la forma análoga del primer analogado en todos y cada uno de los analogados secundarios (=secundum intentionem et secundum esse); y otro tercero, de proporcionalidad de dos a dos o de muchos a muchos (=duorum ad duo vel plurium ad plura), ya sea de proporcionalidad propia, ya de proporcionalidd metafórica, que siempre es secundum intentionem et secundum esse, aunque su modo propio de analogizar sea esencialmente distinto del de atribución intrínseca”.

Y a renglón seguido estampa esta frase, ninguna de cuyas palabras tiene desperdicio en orden a nuestro problema: “Verdad es que, en gran número de casos, una misma realidad es susceptible de ambos modos; uno vertical (=ascendente o descendente: ad unum vel ab uno) y otro horizontal (duorum ad duo vel plurium ad plura), como ocurre en la noción de ente, dicho de la sustancia y del accidente, o de Dios y de las criaturas”.

Sólo nos queda mostrar como se realizan en el ente ambos modos de la analogía. Poniendo a contribución todo lo ganado, resulta lo siguiente. La noción de ente en cuanto ente se obtiene en el término de un esfuerzo de abstracción que se sitúa al nivel del juicio, y que tiene por objeto desgajar el ente, no de lo real existente, sino de las condiciones materiales de la existencia.

Se obtiene así una noción que trasciende todos los géneros, incluye cuanto puede ser pensado y está implicado en todas las diferenciaciones de sus modos. Es una noción trascendental. Como tal, tiene una estructura analógica: abstrae imperfectamente de sus inferiores, siempre presentes en ella, de manera implícita o confusa.

El análisis nos revela en la noción de ente un contenido en el que se disciernen dos aspectos, esencial uno y existencial otro. El ente es lo que es, unidad de esencia y existencia, síntesis de una esencia que determina una existencia proporcionada. De ahí la posibilidad de una doble consideración del ente: nominal y participial. El ens ut nomen designa una esencia a la que compete existir. A las esencias les corresponde ser en sí mismas más o menos perfectas y situarse verticalmente en determinado grado y jerarquía. La misma participación graduada de la existencia tiene en ello su raíz.

Pero la analogía de atribución intrínseca entraña esta verticalidad y graduación en la realización de la forma análoga. Luego el ente como nombre debe ser análogo con analogía de atribución intrínseca. El ente como participio designa una existencia a la que compete ser bajo modalidad determinada. La existencia expresada por él directamente es, de suyo, ingraduable. Se existe o no se existe, pero no se existe más o menos.

No hay aquí orden de prioridad y posterioridad; no hay rango ni jerarquía. La verticalidad anterior cede el puesto a la horizontalidad más estricta. Es precisamente lo que exige la analogía de proporcionalidad propia. Luego el ente como participio debe realizar este modo de analogía. El ente como unidad indisociable de esencia y existencia puede realizarse en distintos niveles. La proporción entre la esencia y la existencia se cumple en todos. Toda variación y diversidad de las esencias implica la diversidad y la variación de las existencias. Se conserva el ritmo de la variación y se mantiene la semejanza de la relación de la esencia a la existencia.
Fundamentalmente, la analogía del ente es de proporcionalidad. Todos los modos del ente y sus últimas diferencias se incluyen en él. Pero la multiplicidad de tales modos está ordenada, jerarquizada, La analogía de atribución se conjuga y abraza a la de proporcionalidad en nuestra noción de ente que, de esta manera, queda dispuesta para fecundidad más excelsa.

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