martes, 29 de abril de 2008

LA UNIDAD Y EL PRINCIPIO DE IDENTIDAD

González Alvarez

1.- Sobre la propiedad trascendental de la unidad se funda de modo inmediato el llamado principio de identidad. Se han dado de él tan abundantes fórmulas, que, si no comenzamos por registrarlas y criticarlas, no podremos poner orden en un asunto que parece muy complejo (…etc).

2.- La primera formulación explícita del principio de identidad tal vez se deba al escotista español Antonio Andrés. Hela aquí: todo ente es ente, omne ens est ens. Suárez de quien tomamos la cita, dice que este autor no se expresa coherentemente, ni siquiera en lo que concierne a sus principios, pues la fórmula que propone es tautológica y falaz. Más tautológica es, naturalmente, la fórmula indeterminada “A es A”. Trátase, en efecto, de proposiciones en las cuales el predicado desdobla al sujeto sin añadirle determinación alguna.

3. J. Maritain propone esta nueva fórmula: “cada ser es lo que es”. Intenta salvarla de la tautología explicando que el sujeto de esta proposición –“cada ser”- es el ser dado al espíritu, y el predicado –“es lo que es”- es el ser en cuanto afirmado por el espíritu. “El ser se pliega sobre sí mismo, si así puede decirse: dobla su aspecto posición existencial sobre su aspecto determinación inteligible, cualidad esencial”

Pero reconoce de inmediato que su fórmula coincide plenamente con la del doctor Geral Phelan: el ser es el ser, a la cual tiene que defender también de la tautología. “En este principio, la gran tesis de Santo Tomás continúa verificándose, a saber: hay diversidad, en cuanto a la noción entre el sujeto y el predicado; el principio de identidad no es una tautología; en el principio de identidad mismo hay diversidad nocional entre el sujeto y el predicado; éstos no presentan, al menos funcionalmente, el mismo objeto formalissime al espíritu, aunque en los dos casos empleéis el mismo vocablo ser. Y es propio del juicio el reconocer la identidad en la cosa de lo que es diverso según la noción, según el concepto. Esto es aquí palpado por el examen mismo de los términos”.


Y como aclaración de todo ello transfiere esta exigencia del principio de identidad a la cumbre del ser y explica los diversos sentidos de la fórmula “Dios es Dios” entre los musulmanes y los cristianos. El filósofo francés olvidó la advertencia de Suárez cuando, contra la fórmula de Antonio Andrés, escribió: “la fórmula que propone es tautológica y falaz; de aquí que no sea asumida por ninguna ciencia en calidad de principio demostrativo, siendo, por el contrario, ajena a toda lógica. De otra manera, en cada ciencia sería primer principio aquel en el que sujeto de dicha ciencia se predicase de sí mismo. Y el primer principio de cada ciencia sería tan evidente como el de otra, ya que todas las proporciones idénticas son igualmente evidentes; así, la proposición el ente móvil es el ente móvil, goza de la misma evidencia que la proposición el ente es ente. Y en esta ciencia (la metafísica) habría varios principios igualmente evidentes, aunque no fueran igualmente universales; por ejemplo: La sustancia es sustancia, el accidente es accidente”-

El propio Maritain reproduce la fórmula de R. Garrigou-Lagrange, según la cual el principio de identidad se expresaría así: todo ente es alguna naturaleza determinada. Tras una explicación que califica de extrema sutileza, termina asimilando la nueva fórmula a las dos anteriormente registradas.


Garrigou-Lagrange había, en efecto, escrito: “La palabra cosa expresa una formalidad distinta del ente (ens) en cuanto que el ente designa en primer término el acto de existir, mientras que la cosa se refiere ante todo a la esencia o a la quididad de lo que es. El juicio supremo que debe afirmar lo que conviene primeramente al ente tiene, pues, por fórmula “todo ente es alguna cosa determinada, alguna naturaleza determinada que lo constituye en propiedad”

Un camino análogo ha seguido H.D. Gardeil, relacionando a Garrigou-Lagrange y Maritain con Santo Tomás, al escribir una preciosa página que vamos a reproducir casi en su integridad. Un texto de este último puede servirnos de base: “no se puede encontrar cosa alguna que sea dicha afirmativamente y absolutamente de todo ente más que su esencia, la cual se expresa con el nombre de cosa, pues cosa y ente difieren, según Avicena, en que ente se toma del acto de existir y el nombre de cosa expresa la quididad o esencia del ente”.

Partiendo de ello, he aquí como se puede precisar el sentido de este principio. En primer lugar, es claro que no puede haber verdadero juicio más que si el predicado es de alguna manera distinto del sujeto. Una atribución rigurosamente tautológica del ente no constituye un juicio. Mas siendo el ente sujeto de este principio, ¿cómo encontrarle un predicado que añada lo menos posible a la significción de este ente sujeto? Santo Tomás nos lo indica: distinguiendo los dos aspectos del ente como existente y del ente como esencia. Abocamos así a esta fórmula: “el ente (como existente) es el ente (como esencia)”.

De esta manera se intenta expresar una fórmula aceptable del principio de identidad. Sin embargo, no hemos concluido aún, pues parece que nos encontramos aquí ante una ambigüedad. Si acentuamos la distinción de la esencia o de la cosa con el acto de existir, vamos a parar a una fórmula como esta (cfr. Garrigou-Lagrange , Le sens común..):” Todo ente es alguna cosa determinada, alguna naturaleza determinada que le constituye en propiedad.

Es decir: todo ente tiene una cierta naturaleza. Pero, ¿no es posible, alejándose menos de la noción de lo que existe (ens), considerar la esencia no como cierta esencia, sino como la esencia del ente mismo? Antes respondíamos a la cuestión: ¿es el ente alguna cosa determinada?, ahora nos colocamos frente a la cuestión: ¿qué cosa, qué naturaleza es el ente? Y yo contesto que es ente” (cf. Maritain, Sept leçóns sur létre): “cada ser es lo que es”, o más simplemente,”el ente es ente”, ens est ens, es decir, “el ente tiene por naturaleza ser”

Es, en definitiva, a esta fórmula a la que nosotros nos atenemos. La otra fórmula, la que subraya el aspecto de determinación de la esencia, corresponde a un grado más elaborado del pensamiento.

El más brillante esfuerzo por liberar el principio de identidad formulado como ens est ens, es, probablemente, llevado a cabo por F-X. Maquart. He aquí su razonamiento: “Cuando digo el ente es el ente, esta proposición significa: el ente (como participio) es el ente (como nombre). Pero el ente como participio, aunque significa al mismo tiempo la esencia y la existencia, significa, sobre todo, la existencia, mientras el ente como nombre significa principalmente la esencia".

Luego dicha fórmula significa: todo lo que existe tiene una esencia, o todo ente es una cosa…Contra los que afirman que el principio de identidad es tautológico, hay que decir que:

1) o entienden el ente de otra manera, pues dicen que solamente significa la esencia real, y así el principio en cuestión dirá:”la esencia real es la esencia real”, ni más ni menos, esto es repetir A y A; en cuyo caso la controversia se traslada a la significación del ente que es diferente para los tomistas y los suaristas;

2) o dicen que la fórmula:”el ente tiene una esencia” determinada no es tautológica, pues la esencia está determinada por el hecho de que se distingue de otra, lo que ya supone el no ente y el principio de contradicción; lo que debe negarse, pues, en realidad, una esencia se distingue ontológicamente de otra esencia porque está en sí determinada; y aquí se confunde el orden del conocimiento con el orden del ser. Es verdad que en el orden del conocimiento con mucha frecuencia una cosa se conoce por oposición a otra, y éste es el conocimiento confuso; pero en el orden del ser, del que aquí se trata, hay que decir lo contrario.

Sentimos mucho discrepar del bien concertado discurso de Maquart. Con él, empero, no se evita la tautología. En la concepción tomista del ente, los conceptos ente y cosa no son conceptos distintos, sino más bien dos aspectos de un mismo concepto.

Por eso eliminamos más atrás a la cosa del ámbito de las propiedades trascendentales del ente. Pero decir entonces que todo ente es cosa o que todo ente (tomado como participio) es ente (tomado como nombre), no significa una liberación de la tautología.

Por nuestra parte, no encontramos otro medio de liberarnos de la tautología más que poniendo en juego un nuevo concepto. Los ilustres filósofos a que nos hemos referido no han dejado de advertir que la esencia es principio de determinación y distinción. De ahí resulta que todo ente es algo determinado o distinto. Esta distinción puede todavía explicarse por la absoluta oposición del ente a la nada. Trátase de una relación extrínseca de oposición que afecta a todo ente.

Pero cabe concebir una nueva relación de oposición interior al mismo ente. La entidad presenta una multiplicidad de aspectos que se oponen unos a otros, y unos a otros se excluyen. La antinomia de lo uno y de lo múltiple, examinada en el epígrafe anterior, puede rendir aquí sus frutos. Nos descubre ella la existencia de una relación intrínseca entre el ente y las múltiples modalidades que pueden afectarle. De ahí surge precisamente la idea de la unidad.

Todo ente es uno o indiviso: he ahí la fórmula del principio metafísico de identidad. Con ella se ha evitado de manera definitiva la tautología que tanto venía preocupando. Para que no haya tautología en un juicio es suficiente que el predicado declare algo lógicamente distinto del sujeto. Más atrás quedó suficientemente expresado que la unidad añade algo lógicamente al ente. Hasta tuvimos ocasión de citar este texto de Santo Tomás: “Non est nugatio cum dicitur ens unum, quia unum addit aliquid secundum rationem supra ens”.

El fundamento de esta diferencia entre el predicado y el sujeto en la fórmula del principio de identidad hay que ponerlo en el platillo de nuestro conocimiento.”A causa de su debilidad, nuestro entendimiento divide incluso lo realmente idéntico y simplicísimo para comprenderlo mejor desde punto de vista lógicamente diversos. Y así conoce primero al ser como ser, luego al no ser, y sólo después viene el conocimiento de la unidad indivisible, que realmente es lo mismo que el ser.

Por consiguiente, el principio de identidad está bien formulado, no tautológicamente, puesto que la unidad añade algo, lógicamente, al ser, es decir, un nuevo punto de vista en nuestro conocimiento; punto de vista que ya supone el del ser y el del no ser”


El principio de identidad
en relación al de contradicción.

1.- Sólo ahora estamos en condiciones de resolver el problema que más atrás nos hizo frente: el de la relación entre los principios de contradicción y de identidad. Existe una gran preocupación en la filosofía contemporánea por otorgar la primacía al principio de identidad.

Se observa en los defensores de la primacía del principio de identidad sobre el de contradicción, una larvada tendencia a borrar las diferencias entre ambos principios. Con frecuencia se los considera como dos expresiones, afirmativa una y negativa otra, de un mismo principio, hasta concluir sosteniendo que, desde el punto de vista objetivo, ambos principios no suponen más que un solo y mismo dato positivo: el del ente.

2.- Estos supuestos son gratuitos. Hemos tenido ocasión de ver que el juicio negativo en el que se expresa el principio de contradicción supone las ideas de ente y no ente cuya oposición declara o manifiesta. La misma propiedad del ente que denominamos algo surge precisamente con él.

La aliquidad, determinación o distinción es la manifestación conceptual de la oposición del ente y la nada, que judicativamente expresa el principio de contradicción. Por el contrario, el principio de identidad supone todas aquellas nociones que requiere el concepto de unidad: las de ente y no ente, la de división u oposición, la de indivisión sobre la que resplandece la unidad, una de cuyas propiedades es la identidad que el principio de identidad se encarga de expresar judicativamente.

El principio de identidad exige, pues, todos los conceptos que están supuestos en el de contradicción y algunos más. Debe declararse, en consecuencia, que el principio de contradicción tiene mayor vecindad con la entidad que el principio de identidad.

3.- Todavía más: la identidad supone la contradicción u, en cierto sentido, deriva de ella. Sin la oposición contradictoria del ente y la nada no surgiría la idea de división que niega la unidad de la que emana la identidad. Manser defiende la primacía del principio de contradicción en el cuádruple orden ontológico, psicológico, lógico y criteriológico.

Aquí nos interesa únicamente la mostración de la primera primacía. He aquí como concluye Manser su estudio de la misma: Si el principio de contradicción se deriva ontológicamente de la identidad del ser, ¿dónde está entonces la razón de la unidad, o bien de la identidad del ser? ¡En la esencia de la cosa se dice! Mas, ¿por qué la esencia es razón de la identidad? Esto es aquí absolutamente inexplicable.

¡Más todavía! Si el ser puede ser al mismo tiempo no ser, también puede la esencia que en realidad está constituida por el ser, ser al mismo tiempo no ser, es decir, ya no sigue siendo principio de la unidad e indivisibilidad, es decir, de la identidad. ¡y entonces ya no tendremos absolutamente ninguna razón de la identidad del ser! La verdadera deducción ontológica es completamente diversa de la mencionada, es la inversa. La única razón de que el “ser” sea “ser” y no “no ser” -identidad- es que de lo contrario, sería y no sería simultáneamente –contra el principio de contradicción-.

Y, así mismo, la razón de que el “no ser” sea “no ser” y no sea “ser”, es que, de lo contrario, el no ser y el ser serían simultáneamente –principio de contradicción-. Pero la razón más profunda por la cual el ser y el no ser no pueden identificarse nunca, está en la misma oposición quiditativa entre el ser y el no ser, el cual es la negación del ser, de tal modo que una misma cosa ni siquiera puede pensarse como ente y no ente al mismo tiempo, que es precisamente lo que expresa el principio de contradicción.

Y por eso está en él y en la relación trascendental del ser y el no ser, la cual expresa este principio, la razón ontológica de la identidad del ser y, por lo tanto, ¡del principio de identidad! Así, pues, es cierto lo que Tomás dijo del principio de contradicción:” quod fundatur supra rationem entis et non entis et super hoc principio omnia alia fundantur”.

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