sábado, 26 de abril de 2008

NATURALEZA DEL ENTE METAFISICO

La dilucidación de la naturaleza del ente. La dilucidación del ente es una tarea en sí misma problemática. Todos los autores registran esta dificultad. Es debido a lo siguiente. La naturaleza de las cosas se expresa en su definición esencial, que, para ser perfecta, debe hacerse por el género próximo y la diferencia específica. Implica, pues, la inscripción de lo definido en un concepto de mayor extensión y previamente conocido, en cuyo seno se delimita y diferencia de todo aquello con lo cual pudiera confundirse. Pero he ahí que el ente es el concepto de mayor universalidad y extensión y, además, lo que primero conocemos intelectualmente. No puede, en consecuencia, darse una verdadera definición del ente que nos ofreciera su naturaleza.

Cabe, empero, una dilucidación de la naturaleza del ente que nos haga progresar desde el saber confuso al conocimiento distinto. La iniciaciaremos con las aclaraciones nominales pertinentes, preguntando por el sentido original y la significación usual de la palabra. La continuaremos delimitando el ente de las esferas de mayor vecindad, es decir, de aquella en las que se expresa y, al mismo tiempo, se destaca. Finalmente intentaremos apresar la naturaleza del ente ensayando una cuasi definición esencial.

Aclaraciones nominales. La palabra castellana "ente" proviene de la latina "ens".Ésta, a su vez, fue acuñada para traducir el significado de la griega ov, que, como se sabe es el participio de eivai. To ov es, pues, “lo que es”. En este sentido se refiere ya Parménides al ente. Aunque no es el participio del verbo “esse”, se asimilla a un participio por el simple hecho de traducir to ov. También el verbo ser carece propiamente de participio, pero “ente”, transcripción culta de “ens”, funciona como tal, y su primario significado coincide con “lo que es”. Como todos los participios, “ente” debe participar del verbo y del nombre. En cuanto participa del verbo designa directamente el acto de ser y sólo indirectamente el sujeto que ejerce dicho acto. Mas en cuanto nombre sustantivo significa directamente el sujeto que realiza el acto de ser y sólo indirecta u oblicuamente el acto de ser ejercido por el sujeto. Así se toma corrientemente la palabra “ente” para nombrar cualquier cosa con tal que sea real y verdaderamente, como piedra, árbol, perro, hombre, ángel.

Como todos los nombres concretos significan la forma y el sujeto que la posee, también el “ente” contiene, ínsita en su entraña significativa, una dualidad de elementos: el ser poseído y el sujeto que lo posee. Conviene, pues, extender estas aclaraciones nominales a esos dos elementos.

En primer lugar, el verbo “ser”, “esse”, eivai. Estudiando su etimología, dice Heidegger que la diversidad entera de las modificaciones del verbo “ser” está determinada por tres raíces diferentes: dos indogermánicas es y bhù, bheu- que también se encuentran en la denominción griega y latina, y una tercera –wes-, que sólo se presenta en la flexión del verbo germánico “sein”. En conformidad con esa triple raíz, “ser” tiene, respectivamente, la significación de vivir, brotar, permanecer. Podrían agregarse otra serie de equivalencias significativas, indicadas también por Heidegger, tales como lo que está por sí mismo, lo que tiene una posición fija, imperar, ponerse por sí mismo, presentarse, manifestarse, habitar, detenerse. Repárese, empero, que toda esta pluralidad de significaciones, cuya serie puede aún aumentarse con sólo abrir un diccionario griego, latino o español y buscar las palabras correspondientes, está sostenida y mantenida por el hecho mismo de que una cosa es.

La palabra “ser”, tomada como verbo, significa, en efecto, el hecho de que un ente es. Sucede, sin embargo que el mismo vocablo puede emplearse como nombre. Significa entonces “un ser”, esto es, todas y cada una de las cosas de las que se puede decir que son. Esta ambigüedad no afectaba a la lengua latina, que distinguía perfectamente el verbo “esse” del nombre “ens”, ni a la griega,, en la que sucedía lo mismo entre eivai y to ov. En español, nos liberamos de ella llamando “ente” a “ser” en el sentido nominal. En francés, la anfibología de la palabra “être” se supera doblando su sentido verbal por el vocablo “exister”. También en castellano el verbo existir ha venido a cargar con la función verbal de “ser”.


Veamos cómo pudo suceder esto.
Por lo pronto, es claro que “existir” viene de “existere”, y que “existere” se compone de “ex” y “sistere”, por lo que debe significar no tanto el hecho de ser como su relación a cierto origen. Mientras “ser” no sugiere en absoluto la fuente de donde deriva, “existir” introduce la idea de algo que tiene un origen y viene de otro. En el lenguaje de la escuela,”existere” significaba ex alio sistere, es decir, ex aliquo esse. Por eso, los sentidos más frecuentes de existere son los de aparecer, mostrarse, salir de, en el sentido en que leemos, por ejemplo, en Lucrecio, que los gusanos nacen del estiércol: vermes de extercore existunt. Por ahí también se hecha de ver cómo desde el tiempo del latín clásico este preciso sentido pudo aproximarse al verbo esse.
Nota: continua en (1)
(2)
El otro elemento cuya aclaración nominal nos propusimos es el comúnmente designado por la palabra “esencia”. Trátase de un término técnico que transcribe el latino “essentia”. Parece haber sido Plauto el primer escritor latino que empleó la palabra “essentia. para traducir la ousía griega. Quintiliano la rechaza por “dura” e inelegante. Tampoco le gustaba a Séneca, pero se resigna a su empleo, porque ninguna otra traducía exáctamente dicho vocablo griego. Tertuliano la usaba, aunque con menos frecuencia que “substantia”. También San Agustín la emplea en ese mismo sentido. Macrobio la acepta sin vacilación,y Boecio la introdujo definitivamente en el lenguaje filosófico. El vocablo latino “essentia”, forjado, según hemos dicho, para traducir la ousía, tiene un claro parentesco con el término “esse”. A ello aludía ya Tomás de Aquino cuando escribió: “se llama (essentia), en cuanto por ella y en ella la cosa tiene ser (esse)”. Por ella tiene ser la cosa haciendo que sea lo que es; sin ella la cosa en cuestión no sería. La esencia, pues, expresa algo íntimo y secreto en cada cosa. En ella también la cosa tiene ser. La esencia detenta el acto de ser. Por y en están mentando el sujeto del acto de ser. De aquí que el sentido primario de la esencia sea el de ser sujeto del esse. Como sujeto del existir, la esencia cumple otras funciones derivadas: constituye a la cosa en determinado género y especie delimitándola o definiéndola; le proporciona perfección o estabilidad en cierto grado, y es fuente de donde emanan, o, por mejor decir, el canal por donde discurren sus operaciones. En conformidad con estas funciones se la designa con el nombre de “quididad”, “forma” y “naturaleza”.
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Decir, con Cicerón, timeo ne existam crudelior, equivale a decir: temo mostrarme demasiado severo, y no es difícil evitar el falso sentido que traduciría existam por ser; mas cuando se lee en el mismo autor existunt in animaae varietates, casi es irresistible la tentación de cometer tal error, porque si bien es verdad que también aquí existunt significa aparecer, mostrarse, encontrarse, el que estas variedades aparezcan en los espíritus a la vista de quien las comtemple, es porque estaban en ellos.. Esta aproximación del existere al esse se va haciendo cada vez mayor en la baja latinidad. Dijérase que de las tres funciones –esencia, existencial y atributiva- que el esse tiene aun en Santo Tomás, sólo la última prevalecerá, sustituyendo a las otras dos la esencia y la existencia. Nadie titubea hoy en llamar esencia a la quididad o naturaleza de una cosa. La sustitución del esse en su segunda función por existir tuvo realización y cumplimento desde el nacimiento de las lenguas romances como medio de expresión filosófica. Descartes, en sus Méditations, no tratará ya de demostrar l´être de dios, sino que dirá que en ellas on preuve clairmaent l´existence de Dieu. La tercera meditación se titula precisamente: De Dieu, qu´il existe. “Existir” ha perdido su connotación a un origen y significa el puro hecho de de “ser”. ¿Quién no traduciría hoy en la fórmula de Santo Tomás: sicut vivere quod est esse viventibus el esse por existir? “Este salto de sentido que convierte a existere en un simple sustituto de esse, se explica sin dificultad. En la experiencia sensible todos los seres conocidos son seres existentes, porque todos llegan al ser en virtud de cierto origen. La existencia constituye, pues, de hecho, el único modo de ser de que tengamos experiencia, y por eso, de todos los seres directamente aprehendidos por nosotros, debemos decir que existen, para significa el hecho de que son”. Su extensión a todos los entes cumple la ley de nuestro conocimiento que desde la experiencia sensible asciende al plano universal de la inteligencia.
Delimitaciones del ente.

1.- Hechas las aclaraciones nominales que preceden, debemos limitar el ente de las esferas objetivas en que se expresa. Pasamos así de la consideración de la palabra a la delimitación del concepto. Ya las anteriores reflexiones nominales nos advertían la imposibilidad de identificarlo con la sola esencia o con la mera existencia. Conviene, pues, superar las concepciones que hacen gravitar al ente sobre uno de los elementos que lo integran con exclusión del otro.

Por lo pronto, debe decirse que el ente no es una mera esencia desprovista de investidura existencial. Se ha dado el nombre de “esencialismo” a semejante concepción del ente. Ha sido la vía más frecuentada por la metafísica. La inauguró Parménides con la identificación del ser y el pensar, y la consagró Platón, colocando lo entitativo como tal, el “ovtos on”, en el eidos, una pura esencia muy real, pero no por ello existente. La misma actitud esencializadora del ente brota de filósofos medievales, como Duns Escoto, y en metafísicos modernos, como Suárez, Descartes, Wolf, Kant, Hegel, [cuyas concepciones examinamos más atrás].

Identificar al ente –en el mejor de los casos- con la esencia real, precisión hecha de su existencia actual, significa emprender la ruta de una desvalorización del existir en provecho de una presunta sobreestimación de la esencialidad. Aquella desvalorización se cobra pronto su desquite. Hecha la precisión del existir, comienza el desarraigo de la entidad que sólo puede terminar en una desrealización pura y simple. Se nos dirá que la esencia real no es en modo alguno fingida, sino muy apta para existir.

Mas por la aptitud para existir responde lo simplemente no contradictorio, lo de cualquiera manera pensable, lo meramente racional o inteligible. Si al ente le es indiferente el existir y se abastece de la sola aptitud para ello, como el fundamento de ésta es la inteligibilidad, resulta, en definitiva, que la entidad se escapa al dominio de la pura idealidad en cuyo seno se constituye como tal. Una vez más el ente se ha reducido a su apariencia. No. El ente no puede reducirse a esencia sola. La existencia es un elemento imprescindible de la entidad.

2.- Tampoco podemos reducir el ente a la existencia. La necesidad de superar el esencialismo no nos debe llevar al extremo pendular del “existencialismo”. Concebir el ente como una mera existencia desnuda de contenido esencial es otro error que conviene evitar. Más que de error debiéramos hablar de ilusión, pues, en el fondo, no se trata de otra cosa. No es posible pensar el ente como pura página en blanco, como pura existencia que no sea existencia de algo o de alguien. En nuestro mundo una existencia tal ni siquiera existe. Existentia non existit, dijo una vez Cayetano. Una pura presencia sin presente o una posición sin determinación alguna sólo puede conducir la metafísica por las rutas del nihilismo.

Lo que los diversos movimientos contemporáneos que se reúnen bajo el nombre genérico de “existencialismo” llaman existencia es una cierta entidad, como la humana, especialmente unida a la duración y en relación a su origen. Han vuelto al sentido original del existir como presencia efectiva en el mundo encargada de conquistar la esencia a través del tiempo. En definitiva, se trata de una nueva esencialización del ente.

Sin existencia no hay ente. Es cierto. Pero también es que no hay existencia sin esencia. La existencia es una perfección aparte, diferente de las demás. Pero necesaria a todas, pues, sin ella, ninguna tendría realización. Decía Kant que en cien táleros reales no hay más que en cien táleros simplemente pensados. Tenía razón desde el punto de vista del concepto, es decir, de la definición o de la esencia. Pero se advierte fácilmente que, aunque su definición sea idéntica, en cien táleros reales hay más que en cien táleros simplemente pensados. Este “más” consiste, por lo pronto, en que están ahí, contantes y sonantes, dotados de presencia efectiva y eficaz.

La existencia es precisamente la que ejerce esa función de presencia efectiva, de posición absoluta. Al ente le es tan necesario el contenido como la efectividad, la determinación como la posición, la esencia como la existencia. Unidad indisociable de ambas, el ente es, inclusive, anterior a la distinción de esencia y existencia: comprendiéndolas en su misma intimidad, con ellas se constituye como tal y sin residuo. No necesita más, pero tampoco las trasciende.



La naturaleza del ente.

1.- Las aclaraciones nominales y las delimitaciones de los epígrafes que preceden nos han llevado a la conclusión de que el ente es unidad de esencia y existencia. La positiva dilucidación de la naturaleza del ente exige que extendamos los análisis a esta triple implicación: la existencia, la esencia y la unidad de ambas.

En primer lugar, la existencia. Sobre la gramática de este vocablo ya dijimos lo suficiente más atrás. También nos ocupamos de apartarla de su significación primitiva, según la cual expresaba el ser con relación a un origen, así como de su significación actual en los movimientos existencialistas para los cuales conserva la relación a su origen, pero en oposición al ser. Cuando se describe la existencia como “aquello por lo cual una cosa está fuera de las causas y de la nada” se permanece todavía en el momento de la etimología. Se describe la existencia por la función que desempeña en los entes de nuestra experiencia.

La función que algo desempeña basta, en efecto, para imponerle nombre. Pero una cosa suele ser la imposición del nombre y otra aquello a lo que el nombre se aplica. Y esto último es lo que ahora nos interesa aclarar. Lo que primeramente se nos manifiesta en las cosas causadas es la posición fuera de las causas que etimológicamente expresa la existencia. Pero esta palabra se aplica precisamente a aquello cuya función, manifestada en el ente que tiene origen, es la posición fuera de las causas. Y por eso puede extenderse el vocablo al ente que carece de causa.

Hablamos, en efecto, de la existencia de Dios, aunque sabemos bien que, siendo incausado, ninguna función de originación precisa. Tras la función que se manifiesta en la posición fuera de las causas y de la nada hay algo, ejerciéndola o no, que es más hondo y radical. Es el ser, el acto mismo de existir por el que algo se denomina ente y lo es. Tomamos, pues, la palabra “existencia” como sinónima del esse latino en cuanto expresiva del acto de ser, tal como se explica en este texto de Tomás de Aquino: “se dice esse al acto del ente en cuanto ente, esto es, a aquello por lo que algo se denomina ente en acto en la realidad”.

Destaquemos, para comenzar, esta última aserción: la existencia es aquello por lo que algo se denomina ente. En efecto, algo se llama ente porque existe en sí o subsiste (sustancia), o porque existe en otro (accidente), o porque es principio de subsistencia (forma), o porque es disposición del existente (cualidad), etc. Luego todas las cosas se denominan ente por la existencia, ya porque sean o tengan existencia, ya porque digan alguna relación a la existencia.

Con lo cual es fácil advertir la validez de esta conclusión: la existencia es aquello por lo que algo es ente. Si nuestro decir está fundado y tenemos clara conciencia de que sólo por la existencia se llama ente a algo, resultará que la existencia es de tal manera imprescindible a la constitución del ente que, si ella falta, aquel algo se volatiliza hasta llegar a esfumarse en los oscuros territorios de la nada. Desexistencializar el ente es ponerlo en el disparadero del anonadamiento. Considerarlo dotado de existencia es la primera condición para entenderlo.

Sin la existencia, la entidad se fuga, y con ella se hace presente. Es debido a que la existencia hace ser. Podemos, pues, dar un paso más en nuestro intento de apresarla: la existencia es aquello por lo cual el ente es. Se dirá que entre hacer que algo sea ente y hacer que el ente sea, la diferencia es mínima. Tanto mejor, pues es señal de que no abandonamos la existencia para ir precipitadamente en busca de otra cosa. Y se advierte más claramente que no debe ser extraña a la naturaleza del ente. Si por la existencia algo se llama ente y lo es en verdad, es justamente porque por ella también está siendo.

La existencia ejerce principalísimo papel en el nombre, en el concepto, en la realidad del ente. Cayetano lo vio bien: In entis nomine duo aspici possunt, scilicet id a quo nomen entis sumitur, scilicet ipsum esse quo res est, et id ad quod nomen entis impositum est, scilicet id quod est.

Y mucho antes había escrito : ipsum quo res est, scilicet actualis existencia, non est extraneae naturae ab ipso quod est, sed per propia iipsius quod est constituitur. Lejos de ser extraña a la naturaleza de lo que es, la existencia constituye activamente el ente haciéndole ser en acto. Con toda la redundancia que se quiera, el acto de ser hace ser en acto.

Para ello, en sí misma considerada la existencia debe ser acto, es decir energía. Trátase de una energía fontal, fundamental y radical. La existencia es la raíz vivificadora de todo lo que en el ente hay, el fundamento en que descansa y desde el cual cobra positividad y concreción, la fuente inexhausta de donde surge, brota y se alimenta. Todo aquello que, por decirlo de alguna manera, se halla en los confines de la nada o en la virtualidad del agente o en la potencia de la materia adquiere realidad poniéndose en el ente cuando la existencia llega.

La existencia es ese acto que presencializa lo ausente y patentiza lo oculto, esa energía interior, inmanente que realiza cada cosa, siendo causa de su ser y de sus operaciones.

La aserción de Kant, según la cual la existencia es la posición absoluta de una cosa con todas sus determinaciones, encierra una gran verdad si se la entiende rectamente, esto es, si lo determinado y puesto surge efectivamente de la posición que la existencia ejerce. La existencia es, en efecto, acto supremo de posición absoluta y definitiva. Como diría la escuela, acto de todos los actos y de todas las cosas. “Ninguna forma puede ser considerada en acto sino en cuanto se la pone siendo, pues la humanidad o la igneidad pueden considerarse como existiendo en la potencia de la materia o en la virtualidad del agente, o también en el entendimiento, pero sólo se dan existentes en acto por el hecho de que tengan ser. Luego es evidente que esto que llamo existencia (esse) es la actualidad de todos los actos”.

Porque es actualidad de todos los actos, la existencia es acto último y definitivo. Toda presunta realidad que pueda ponerse con prioridad a ella queda inscrita en el ámbito de la potencialidad. Y sólo por la existencia, la potencialidad misma es efectiva. La existencia clausura todas las potencialidades haciéndolas efectivas, reales. La realidad se constituye, pues, merced a la existencia. Por ella también queda dispuesta para la fecundidad. El obrar mismo, la operación, que parece ampliar la actualidad, es también desbordamiento del ser, secuencia del existir: operari sequitur esse. La ultimidad de la existencia, lejos de ser contradicha por la operación, tiene en ella su mejor cumplimiento.

Suelen los filósofos considerar al acto como perfección. Siendo, pues, la existencia, como acabamos de ver, acto último, debe decirse también que es perfección máxima. Actualidad de todos los actos, el existir es igualmente perfección de todas las perfecciones. La existencia es actualidad, y por ello actualiza; es perfección, y por lo mismo perfecciona. Y esta función la ejerce en el plano constitutivo. Por tanto, desde el interior de cada cosa y alcanzándola en su integridad. Ni la más leve brizna de realidad de una cosa está sustraída a esa actualización y perfección del existir.

La existencia, actuando y perfeccionando, es la expresión más absoluta de la generosidad. Da sin compensación alguna. Si las palabras nos estuvieran cargadas de matices morales, diríamos que esa función de la existencia es un gesto de plena abnegación y de supremo sacrificio. En el caso del ente finito, como tendremos ocasión de ver, la existencia actuando sufre una determinación, y perfeccionando padece una contracción y se limita.

Los metafísicos suelen expresar esto mismo diciendo que la existencia se comporta en la constitución de la cosa en la línea del ente de una manera formal, es decir, no material ni subjetiva ni receptivamente. La existencia es máximamente formal.
De todo ello es fácil obtener esta última conclusión: la existencia es lo más intimo y profundo que puede encontrase en una cosa cualquiera.

Para que el existir actualice, perfeccione, formalice y constituya una cosa y todas sus partes, debe penetrarlas desde su raíz y abrazarlas en su integridad. La existencia es intimidad y penetración, profundidad y alumbramiento. Desde la más secreta interioridad aflora el existir cruzando y penetrándolo todo. En ese cruzamiento y en esa penetración se constituye precisamente el ente como ente.

Al llegar al final de nuestras descripciones y sin afán definitorio, pues la definición del existir no es posible, por no encontrarse en el ámbito del concepto, volvemos la atención al texto de Santo Tomás citado al comienzo, y resumimos todo lo dicho en esta descripción: la existencia es el acto del ente en cuanto ente. Creemos preparado al lector para que logre por sí mismo una cierta inteligencia de la frase y del existir en cuanto tal.

2.- El segundo elemento cuyo análisis nos propusimos hacer es el constituido por la esencia. Prolongando las aclaraciones nominales del epígrafe 2 de este mismo artículo y saltando a un plano conceptual, debemos comenzar afirmando que la esencia significa “algo común a todas las naturalezas, por las cuales los diversos entes se colocan en diversos géneros y especies”. La fórmula tomista aliquid commune ómnibus naturis no debe entenderse, como se ha cuidado de señalar Cayetano, en el sentido de que la esencia exprese alguna naturaleza común a todas las naturalezas.

La esencia, pues, es aquello por lo que una cosa es lo que es. Si se quiere permanecer más cerca de la letra de Santo Tomás, dígase que la esencia es aquello por lo que una cosa se constituye en su propio género o especie. Mas habida cuenta que aquello por lo cual una cosa es o por lo que se constituye en su propio género, se expresa por la definición, que nos indica precisamente qué es la cosa, quid est res, no debemos extrañarnos que los filósofos medievales cambiasen el nombre de esencia por el de quididad.

Al advertírnoslo Santo Tomás, nos recuerda que es precisamente esto lo que Aristóteles llama con frecuencia quod quid erat esse, “aquello que era el ser”. Trátase de una versión literal de la desconcertante fórmula aristotélica “to ti ev einai”. Qod quid erat esse, que Santo Tomás explica como hoc per quod aliquid habet esse quid, es decir, aquello por lo que algo tiene el ser algo, ha venido a significar el ser quiditativo, la quididad o esencia.,

Las equivalencias registradas, según las cuales la esencia se expresa por la quididad y ésta por la definición, nos conducen a dos observaciones que consideramos capitales. De un parte, habida cuenta de que la definción de una cosa incluye únicamente los elementos primitivos y permanentes, es decir, aquelllos sin los cuales la cosa en cuestión no sería lo que es, y que se mantienen bajo las posibles modificaciones accidentales, la quididad o esencia parece referirse únicamente a lo "sustancial".

Por tanto, no significa todo lo que la cosa es, y menos todo lo que puede ser; la esencia se refiere más bien a aquello que la cosa no puede no ser. Esto es cierto. Pero también lo es que de aquellos elementos primitivos han derivado ya y pueden seguir derivando una muchedumbre de elementos "accidentales", y que, permaneciendo la cosa "sustancialmente" idéntica, varios elementos pueden aparecer y hasta desaparecer. A todos ellos se extiende la esencia, amparándolos y sosteniéndolos. En este sentido la esencia comprende todo lo que la cosa sustancialmente es y no puede no ser y se extiende a todo lo que accidentalmente puede llegar a ser. A la riqueza ontológica de una cosa pertenecen también todas sus virtualidades.

De otro lado –y esta observación es aún más importante-, es claro que en la definición o en el concepto de una cosa no se incluye la existencia. Es lo que expresó Kant al escribir: "La existencia no es evidentemente un verdadero predicado, un concepto de algo que pueda ser añadido al concepto de una cosa…Cualesquiera que sean los predicados que atribuyo a una cosa, aunque fueran lo bastante numerosos para determinarla completamente, nada les añado al añadir que la cosa existe. Es también lo que en forma más lapidaria había expresado Santo Tomás diciendo que la existencia de las cosas est extra genus notitiae".

La existencia está fuera del género de la noticia, es decir, del concepto y, por consiguiente, de la quididad o esencia. Si la definición encierra toda la esencia y sólo a ella, la existencia es, en efecto, extraesencial y no debe computarse entre las perfecciones esenciales. Conviene, empero, no precipitar la conclusión a que no pudo sustraerse el mismo Kant, e identificar entitativamente lo real con lo posible y lo posible con lo pensado y buscar posteriormente sus diferencias en una peculiar relación a las facultades cognoscitivas.

Ni siquiera cabe la identificación de la esencia posible con la esencia actual. Pensar que posibilidad y actualidad son como dos estados de la misma esencia, primitivo uno y derivado otro, es un grave despropósito. No se puede concebir la existencia como un añadido a la esencia posible para construir el ente actual.

Tampoco es la existencia algo segregada de la esencia actual para formar el ente posible. Las fórmulas: esencia posible + existencia = ente actual o esencia actual + existencia = ente posible, carecen por entero de significación. Más aún, son disparatadas, contradictorias. La existencia, que no es un añadido ni un segregado, es algo entrañado en el ente mismo. La única conclusión legítima de todo lo dicho debe expresarse así: la esencia no comprende la integridad de un ente; es solamente el elemento que hace que un ente sea tal ente. La esencia es el principio de la talidad del ente.

Como principio real de talidad, la esencia destaca al ente, definiéndolo y configurándolo. Por la esencia, los entes se diferencian entre sí, se inscriben en determinados grados del ser y hasta se individualizan en su seno. Puede decirse, pues, que la esencia es el principio de individualidad de los entes.

Lo que en el interior de un ente acompaña inexcusablemente a la esencia es la existencia o el esse. Ya hemos registrado que la esencia tiene un claro parentesco nominal con esse. Sospechamos que este parentesco nominal está basado en un más fundamental parentesco entitativo en virtud del cual la esencia misma deriva del esse. En este sentido la esencia puede entenderse como una modalización o concreción del esse. Como principio de talidad, visto en relación al existir, la esencia es el modo real de ser característico de cada ente.

Sin la existencia no habría ente ni, por tanto, esencia. Mas también es cierto que sin esencia no habría entes, pues éstos exigen variedad de modos de ser, diversidd de concreciones del existir. Por lo mismo, podemos decir que la esencia es el término en que se concreta el existir, el sujeto de la existencia o del esse. Como tal, la esencia recibe la existencia y, en cierto sentido, la causa. Es lo que expresa la fórmula de Santo Tomás ya citada: “se llama esencia en cuanto por ella y en ella la cosa tiene existencia (esse)”.

Con esta concepción de la esencia como sujeto del acto de existir hemos alcanzado la meta de nuestras preocupaciones en una vía ascendente o inventiva. El constitutivo formal de la esencia es precisamente ser sujeto de la existencia, detentar el acto del esse. Par proseguir los análisis sería preciso cambiar la ruta, ingresando en la vía descendente o deductiva. No es, empero, necesario. Recordemos únicamente que el sujeto de la existencia cumple de hecho otras funciones derivadas, tales como la de dotar al ente de inteligibilidad, darle permanencia y orientar sus operaciones.

3.-Nos queda sólo por tratar el tercer punto: la unidad de esencia y de existencia. La manifestación de esta unidad o, por mejor decir, su expresión misma, es el ente. Son tres los términos que es preciso armonizar: el ente como un todo unitario en cuyo seno se registra la dualidad de esencia y existencia. Comenzamos por advertir que esta dualidad no atenta contra la unidad de nuestra idea de ente. La doble significación que entraña el ente cuando se lo considera como nombre o como participio no tiene mucho que ver en este asunto.

Todo es cuestión de una inicial gravitación sobre uno u otro de los elementos de aquella dualidad. La consideración del ente como nombre no nos encierra en la esencia, pues esta se denomina en función del esse. Y el ente como participio tampoco nos encierra en la existencia, pues como tal participio supone un sujeto participante, es decir, una esencia receptora.

En ambos casos se parte de un aspecto para terminar en el otro. Es lo que tenemos registrado más atrás: el ente como nombre designa directamente la esencia y oblicuamente la existencia; el ente como participio expresa, por el contrario, de manera directa la existencia, e indirectamente la esencia. No estamos ante dos ideas diversas, sino ante dos perspectivas de una idea única. Por eso no puede decirse que tengamos una noción de ente que sea común al ente como nombre y al ente como participio, de la cual fuesen las de éstos una división o desglose. Desde supuestos diferentes pudo establecerlo Suárez con todo rigor.

Esta noción, una y distinta, nos remite a una realidad unitaria, a un todo dotado, asimismo, de unidad. Es imposible examinarlo a la luz de la experiencia. Trátase de un todo metaempírico con propiedades diferentes del todo integral. En éste, las partes de que se componen se colocan unas al lado de otras. Hay en el todo integral yuxtaposición de partes que, al reunirse en el espacio, constituyen un conjunto extenso. Sirva de ejemplo un árbol con sus raíces, tronco, ramas, hojas y flores. Cada una de las partes funciona como órgano del conjunto.

Respecto de otra puede estar, más que simplemente yuxtapuesta, inscripta o circunscripta. Nada de esto encontramos en el todo metafísico. Los elementos de que consta, ni siquiera son partes yuxtapuestas susceptibles de inscribirse una en otra o de circunscribirse una a otra. Esencia y existencia no son partes que integren el ente. No es que una mitad del ente sea esto sin existir y la otra exista sin ser nada determinado. No hay entre ellas mera unión por contacto o reunión extrínseca.

La esencia y la existencia se unen penetrativamente, compenetrándose intrínseca e íntimamente. La existencia cruza el todo entitativo transido de esencia. La esencia penetra al ente que la existencia actualiza. Existencia y esencia se dan en el fecundo abrazo que constituye al ente mismo.

Debe pensarse aún que el ente no se realiza a partir de la esencia y de la existencia como si fuese un resultado de su mutua relación. El ente goza de prioridad sobre la relación y no puede reducirse a ella, pues la relación lo presupone. Esencia y existencia sólo pueden ponerse en relación en el seno del ente y tampoco lo preceden. Con ellas se instituye o constituye, se impone o compone; sin ellas se anonada o aniquila. Decimos con ellas y no de ellas. El todo entitativo es un compuesto “cum his”. La esencia y la existencia no forman un compuesto “ex his “, análogo al de la materia y la forma en el seno del cuerpo. La composición entitativa tiene hondas diferencias con la composición sustancial, y de ellas habremos de ocuparnos más adelante. Por ahora sólo nos referimos a lo que consideramos imprescindible. Como todo entitativo, yo soy “esente” y existente, y como todo sustancial, soy material y espiritual.

Soy una realidad espiritual, pero no enteramente tal; soy también una realidad material, aunque no íntegramente tal: mi esencia sustancial forma un contenido en el que entran una materia determinable y una forma determinante o alma espiritual. No puedo, empero, decir que yo no sea enteramente existente ni que algo de mi ser esté sustraído a la esencia.

Mientras la materia y la forma constituyen un único contenido de esencia, la existencia no es determinación alguna de la esencia, como dijo Kant, y está fuera de la quididad, como había expresado Santo Tomás. La existencia no añade nada al contenido de esencia, pero pone en el ser el contenido mismo con todas sus determinaciones.

El ente es un todo metafísico dotado de unidad de composición “cum his “. Con ello queda ciertamente descartada la unidad de simplicidad de nuestra idea del ente. El ente significa “lo que es”, y no se refiere exclusivamente a esencia ni a la existencia. Nuestra idea de ente es portadora de dos elementos. Por eso hablamos de unidad de composición. Sería, empero, aventurado hablar de composición real como si aquellos dos elementos fuesen realmente distintos en el ente en cuanto tal. El acabamiento que para la esencia supone el existir nos exige ciertamente pensar la esencia en orden a la existencia.

En cuanto a la existencia misma, como pura posición en el ser y con la cual se pone la esencia, ¿no exigirá otra idea para poder ser pensada? Si la existencia hace real e inteligible a todo lo demás, debe ser por sí misma inteligible y real. Si todo le es relativo, ella no puede ser relativa a nada. En consecuencia, deberá ser declarada absoluta. La existencia debe ser pura posición de sí por sí.

Queda, pues, abierta la perspectiva para la posibilidad de afirmar una existencia que no sería el existir de una esencia ni de un sujeto, de una pura existencia subsistente por sí misma. El Ipsum esse subsistens sería un ente absoluto y simplicísimo. La unidad de estructura de la esencia y la existencia en el todo entitativo debe ser compatible tanto con la real simplicidad de Dios cuanto con la real composición de lo finito. Se nos clarifica, pues, como unidad de composición mental.

La unidad de composición se opone a la unidad de orden que se observa en ciertas realidades morales y a la unidad accidental propia del agregado amorfo o del montón. No advertirlo nos llevaría de nuevo al modelo de los todos integrales. La esencia y la existencia se compenetran íntimamente, bien que sin fusión ni confusión. Los elementos del todo entitativo deben comportarse como la potencia receptora y el acto determinante.

Finalmente advertiremos que esta unidad de composición racional no puede ser colocada en el puro plano del concepto. Ello equivaldría a ponerla en el ámbito exclusivo de la esencia. La estructura reflejada en el concepto, como la de materia y forma, es una estructura esencial del tipo que hemos llamado unión “ex his”. La unidad de esencia y existencia no cabe en el concepto. Mientras la forma puede constituir parte de la esencia por ser algo de ella –el alma es algo del cuerpo, a saber, su forma-, la existencia es, según hemos dicho reiteradas veces, extraesencial. Concebir la existencia como la actualidad de la esencia equivale a negar la estructura de esencia y existencia. Y esta negación se monta sobre la ignorancia de la originalidad del existir. El ente es “lo que es” o “lo que existe”; más que un puro concepto, un juicio en el que hay asumido un concepto; o mejor, el ritmo elocuente de un juicio en el que no falta nada, pues el sujeto viene expresado en “lo que”, y el acto de composición o afirmación se menciona en el “es” o “existe”.

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