sábado, 3 de mayo de 2008

LA BONDAD Y EL PRINCIPIO DE CONVENIENCIA

González Alvarez

El principio de conveniencia. Sobre la trascendentalidad de la bondad se funda inmediatamente el principio de conveniencia o de bien. Se han propuesto diversas fórmulas de este principio. Registremos algunas: “el bien es superior al mal”; “el ser es mejor que el no ser”; “existir es ser amado”; “el bien se ha de hacer y el mal se ha de evitar”. También se ha expresado bajo la forma del llamado principio de finalidad que puede formularse doblemente: “la potencia es por el acto”, y “todo agente obra por un fin”.
El principio de finalidad es como una concreción del principio de conveniencia a la explicación científica de la dinamicidad del ente. Guardan entre sí una relación análoga a la que mantienen los principios de causalidad y de razón suficiente. Ambos principios –de eficiencia y de finalidad- serán estudiados en la sección tercera de este volumen al tratar de las causas eficiente y final.

Razones de otro tipo nos aconsejan descartar aquí el tratamiento de la fórmula “el bien se ha de hacer y el mal se ha de evitar”, que es la aplicación del principio de conveniencia al orden moral. No negamos el carácter primario y universal del principio bonum est faciendum, malum vitandum. Por el contrario, lo afirmamos decididamente. Sostenemos, en efecto, que así como en el orden especulativo el principio de contradícción ocupa el primer lugar, en el orden de la volición práctica el principio hay que hacer el bien y evitar el mal goza de primariedad entre todos los principios reguladores de la acción.
Con ello ambos órdenes se distinguen para armonizarse en unidad superior. Todo conocimiento confluye en la noción de ente y toda volición se ordena al concepto de bien. Pero tenemos mostrado que ente y bien, aunque nocionalmente distintos, son fundamentalmente idénticos. Ha quedado también establecido que el ente sólo en el bien se constituye y afirma, mientras que en el mal se vacía y se niega.

Surge de ahí una clamorosa exigencia de entrega al bien y de apartamiento del mal. Es preciso darse al bien y realizarlo y negarse al mal y evitarlo. Se nos impone con exigentes urgencias realizar todas las posibilidades del bien y al mismo tiempo hacer imposibles las eventualidades del mal. La existencia parece cruzada por una ley de liberación del mal y de tendencia al bien.

Pero aquí no se trata de esto. La ontología sólo puede ocuparse de los principios primeros de la razón especulativa. La disquisición anterior nos ha servido para encontrar la fórmula del principio de conveniencia que debe ser preferida. La razón última de que haya que hacer el bien y deba evitarse el mal se encuentra precisamente en la superioridad del bien sobre el mal, en la pesantez ontológica del ser y la inconsistencia del no ser en la amabilidad y perfección del existir. Las tres fórmulas primeras se mantienen en el plano especulativo. En definitiva, nos quedamos con la primera: “ el bien es superior al mal”. Y así permanecemos fieles a nuestro propósito reiterado de encontrar el fundamento inmediato de los primeros principios ontológicos en alguna propiedad trascendental.

El principio de conveniencia así entendido y formulado es inmediatamente evidente para quien conozca los términos que lo enuncian. Y si alguien negara su verdad podría mostrársele esa evidencia y argumentarle en función del principio de contradicción que, como ya hemos observado, goza de prioridad absoluta entre todos los principios ontológicos.

La verdad del principio de conveniencia resulta, en efecto, de la misma definición del bien como aquello que todas las cosas apetecen y es término de todas las tendencias. Que sólo el bien es apetecible y termina toda tendencia resulta evidente por mero análisis. De la misma manera que todo conocimiento se ordena a “algo”, es decir, a un ente, todo apetito tiene que apetecer “algo” que sólo puede ponerse en el bien. Como el mal no es un ser, sino privación del ser, no puede ser apetecido. Toda tendencia tiene que ordenarse necesariamente al bien, porque el mal no es fin alguno. Como señaló Aristóteles, “todo sucede en orden al bien”. Una tendencia o un apetito que tuvieran como término el mal carecerían de término. Y como la tendencia o el apetito recibe su especificidad, es decir, su determinación y su esencia precisamente del término que es su meta o su fin, al orientarlos al mal perderían su esencia y su entidad. En una palabra, serían y no serían. Es decir, la contradicción los devoraba. El principio de contradicción prohíbe la apetencia del mal como tal.

El bien está incardinado en el ser y el mal en la falta del ser. Por ello el bien es apetecible y el mal no. Por ello igualmente el bien es preferible al mal. Y esta preferencia está fundada en que el bien es mejor que el mal. Emparentado con el ente el bien es superior al mal aliado del no ser.

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