sábado, 17 de mayo de 2008

LA CAUSALIDAD DEL ENTE

González Álvarez
Proemio

Al estudiar entre las cuestiones proemiales de este tratado el contenido de la ontología, quedó señalado ya que se ocuparía de “la causalidad del ente”. Una parece ser la cuestión de la causalidad ejercida por el ente que es causa y otra muy distinta la causalidad ejercida sobre el ente que es efecto. Se trata, en definitiva, de distinguir dos perspectivas de la causalidad: versa la primera sobre el ente como causa; se refiere la segunda a la causa del ente.

Sólo la primera cuestión tiene significado ontológico y, por tanto, cabida en este lugar. La ontología, que ha estudiado al ente en sí mismo y en sus modos generales (ente trascendental) y ha descendido al tratamiento de las estructuras constitutivas (ente particular), quedaría incompleta si no se ocupara también de la función causal del ente. Pero rebasaría su competencia si no permaneciera en estos límites y pretendiera, invirtiendo la perspectiva, indagar también la causa primera (extrínseca) de los entes particulares que se ofrecen como efectos.

Es cierto que el estudio de un efecto y el de su causa pertenecen a la misma ciencia, a la metafísica en nuestro caso; pero también lo es que corresponde a dos partes diferentes de ella, cuales son la ontología y la teología natural. No estamos aun considerando el ente `particular como efecto de una causa extrínseca. Queremos completar la ontología analizando la causalidad que puede ejercer el ente.

Que el ser no es únicamente forma estática de existencia, sino también principio de actividad o dinamicidad, es algo que puede ser concedido sin más. Con frecuencia hemos aludido a ello en el estudio de las estructuras metafísicas del ente particular. Es precisamente este aspecto dinámico o causal del ente lo que va ocupar nuestra atención en la tercera y última sección de la ontología.

Entramos con ello en un conjunto de cuestiones muy complejas. El problema de la causalidad ha preocupado a los metafísicos de todos los tiempos. La misma noción de causa es una de aquellas a las cuales el pensamiento humano apela con más frecuencia.

La teología y la metafísica, la filosofía de la naturaleza y la ética, la filosofía de la cultura y el repertorio entero de las ciencias positivas manejan la idea de causa con tal profusión y necesidad que sólo esta consideración bastaría para mostrar la urgencia de instituir una investigación que, al nivel de la ontología, la estudie y critique hasta dejarla en condiciones de prestar los múltiples servicios que de ella se esperan.

Especialmente para la metafísica, dicho estudio es de tal importancia y gravedad, que sin la noción de causa no podría alcanzar su fin y habría de quedar decapitada de su corona divina. La complejidad aludida en la cuestión de la causalidad se advierte tan pronto como se la enfoca desde una perspectiva histórica. La crítica de que han sido objeto las concepciones de los antiguos por lo modernos y la necesidad de sintetizar las apreciaciones de ambos, nos impelen a iniciar el tratado de la causalidad por la determinación de su concepto.

Las más variadas funciones causales se cruzan y entreveran objetivamente para construir una trama de patente complejidad. Tendremos ocasión de registrar, al estudiar la división de la causalidad, hasta cuatro funciones primarias. Dos de ellas se caracterizarán porque el sujeto que las ejerce hace de sí propia donación. Son las causas intrínsecas o constitutivas a las cuales hemos hecho ya referencia, y que se llaman materia y forma.

Con esta última habremos de relacionar una especial causalidad –llamada ejemplar-, que especifica como ella, pero sin constituir internamente, sino más bien regulando desde el exterior la producción del efecto. Otras dos influyen en sus efectos, sin que el sujeto de las mismas pertenezca a los ingredientes constitutivos de lo causado. Por eso se dicen extrínsecas. Ambas tienen capital importancia. La causalidad de la primera consiste en la producción o en la eficiencia, y se llama justamente causa eficiente. La segunda opera atrayendo u ordenando: es un aliciente, y recibe el nombre de causa final. (Sigue…).

Existencia de la causalidad
La doble perspectiva del problema

El problema de la existencia de la causalidad puede ser planteado de muy distintas perspectivas. A dos de ellas nos referimos ya en el proemio de la sección que nos ocupa. La consideración de los seres particulares en su real facticidad nos pone en presencia de sus múltiples vinculaciones y termina revelándonos la causa de que dependen.

El estudio que hicimos de las estructuras metafísicas de lo real finito rinde ahora un nuevo fruto. Todo lo que es estructurado, es efectuado o causado. Tiene, en consecuencia, una causa. Los cinco hechos cuya explicación metafísica nos llevó al establecimiento de las cinco estructuras que, en la intimidad del ente particular los fundamentan, constituyen otros tantos caminos para el descubrimiento del carácter efectual de la realidad particular y, por lo mismo, para advertir la necesidad de las causas. Todo lo que es finito y limitado en la duración y sujeto del movimiento, en la triple formalidad de la movilidad, la actividad y la ordenación tendencial, es, por estructurado, el efecto de una causa. Esta perspectiva nos lleva al descubrimiento del principio de causalidad sobre cuya base trascendemos la ontología para, sin abandonar la metafísica, resolver los problemas de la teología natural.

La segunda perspectiva se sitúa también ante los entes particulares, pero no para examinarlos como efectos, sino para contemplar el influjo que ejercen unos sobre otros.
Cuando libres de prejuicios teoréticos, consideramos múltiples hechos de la vida corriente, no se nos ocurre dudar de la influencia de ciertas cosas sobre otras (Sigue…)

Naturaleza y división de la causalidad
Causa y principio
Con los dos artículos que preceden nos hemos situados ante el principio de causalidad. Tenemos ahora que penetrar en él y proseguir su estudio. Según es notorio, el saber conceptual tiene dos modos, que se llaman “definición” y “división”. A la definición de la causalidad, como expresiva de la naturaleza o esencia dedicamos este epígrafe y los dos que le seguirán de inmediato. Con la división de la causalidad distribuyéndola en partes o especies cerramos el artículo.

Cuando se pretende una definición esencial, lo primero que hay que buscar es un concepto superior que, funcionando como género, sea capaz de alojar lo definido. Tal es, en nuestro caso, la noción de principio. Se llama principio a aquello de lo que algo procede de cualquier modo que sea. Principium est id a quo aliquid procedit quocumque modo. Dos modos de esta procedencia pueden ser, por lo pronto, distinguidos según tenga un sentido meramente lógico o cognocistivo o una verdadera significación entitativa. El conocimiento de una conclusión procede lógicamente del conocimiento de las premisas. De aquí que las premisas sean principio de la conclusión, mas sólo en el orden lógico, pues, realmente, la conclusión se obtiene por obra del entendimiento. Con frecuencia, el orden real y el lógico son inversos.

Nuestro conocimiento del fuego puede proceder del conocimiento del humo, aunque realmente el humo proceda del fuego. Hasta tendremos ocasión de examinar la posibilidad de que el conocimiento del efecto sea el principio del conocimiento de la causa, bien que ésta sea el principio de aquel.

Dejemos, pues, el principio lógico y examinemos el principio real. Puede ser de dos clases: negativo y positivo. Se llama principio meramente negativo al término a quo negativo de donde algo procede: tal, la privación de donde la generación procede. Descartémoslo también y reparemos en el principio positivo, es decir, aquel de donde algo procede realmente. Distinguía la Escuela todavía dos clases: el principio del comienzo y de la sucesión, sin influjo en el ser, y el principio que influye y confiere el ser. Tampoco nos interesa el principio entendido como simple comienzo. La fase inicial de un movimiento puede llamarse principio de él ( y hasta principio real y positivo), pero parece incuestionable que no hay influjo alguno de esa primera fase en las fases ulteriores ni en el movimiento como tal; por el contrario, es ella misma, como todas las demás, rigurosamente determinado por aquello que haya producido el movimiento.

Una fase del movimiento es posterior a la primera sin que proceda de ella. Ser después de otro no significa ser por otro. Sólo esto último nos interesa aquí: el principio positivo de donde algo procede realmente.

Una última precisión y concluímos. Un principio puede influir el ser en otro con expresión de dependencia o sin hacerlo dependiente. (Según la sagrada teología, en la Santísima Trinidad, el Padre, como principio real del Hijo, influye el ser en el Hijo, y ambos, como principio real del Espíritu Santo, le influyen también el ser, sin que, empero, la segunda Persona dependa de la primera y la tercera de las dos primeras, ya que el ser conferido por el Padre al Hijo y por ambos al Espíritu Santo lo tienen comunicado las tres divinas Personas sin distinción alguna entitativa o esencial.

Con ello, al mismo tiempo que se expresa el origen real, se excluye la causalidad). El principio que influye el ser en otro con exclusión de dependencia no es causa. Ésta influye en el ser de otro y lo hace dependiente. Conclúyase, pues, diciendo que la causa es el principio positivo de donde algo procede realmente con dependencia en el ser. O así: el principio real positivo que influye el ser en otro haciéndolo dependiente.

Causa y efecto
Para penetrar definitivamente en la naturaleza de la causalidad examinaremos las relaciones entre la causa y el efecto. Como lo que procede del principio se llama principiado, lo que procede de la causa llámase efecto. En oposición a la causa puede definirse el efecto, diciendo que es lo que procede de otro con dependencia en el ser. O así: aquello en lo cual influye el ser haciéndolo dependiente.

Esta dependencia, que va siempre del efecto a la causa, expresa la prioridad de ésta sobre aquél. El efecto es, por naturaleza, posterior a la causa. No puede haber duda de ello cuando se consideran la causa y el efecto material o entitativamente. No sucede lo mismo en una consideración formal. Como tendremos ocasión de ver, la causa y el efecto se dan de tal manera unidos en el mismo acto de la causalidad que, bajo este respecto, son perfectamente simultáneos.

Debe decirse también que entre la causa y el efecto hay distinción real. Esta distinción tiene, igualmente, su fundamento en la dependencia causal. Lo que depende realmente de otro, debe distinguirse realmente de él. Esta dependencia real de otro, debe distinguirse realmente de él. Esta dependencia real indica la necesaria relatividad de todo efecto. La dependencia en el ser no puede evaporarse en una mera relación de razón del efecto al no ser precedente. Debe constituirse en una relación real a su origen. Esta original y originaria relación es lo que se llama propiamente “causalidad”.
Examinemos más de cerca esta relación de causalidad. Insistamos en lo que acabamos de ganar. La causa y el efecto, términos de la relación de causalidad, no pueden ser idénticos. Para que dos realidades entren en relación tienen que comenzar por distinguirse. La causa de un efecto no está nunca en él ni se confunde con él. Asegurados en su distinción, debemos apresurarnos a decir que la causa y el efecto no pueden tampoco estar absolutamente aislados, separados, desgajados. Sólo la imaginación incontrolada puede llevarnos a la idea de una causalidad que, surgiendo de una causa, se propagase hasta el efecto venciendo un “distanciamiento” más o menos amplio. La causa no es una fuente, ni la causalidad un líquido que discurra por no se sabe qué canal, ni el efecto es un depósito en el que aquel líquido se remanse. Ya hemos observado reiteradas veces que la imaginación traiciona con frecuencia el discurso metafísico. Leibniz apuntó, muy atinadamente, que la acción de una sustancia sobre otra no debía imaginarse como una emisión o un transplante de entidad. Y el viejo Estagirita había señalado que la enseñanza dada por el maestro está en el discípulo; es en éste la acción de aquél. La escuela recogió esta doctrina expresándola con una profundidad pocas veces advertida en el famoso axioma actio est in passo . La “acción” y “la pasión”son dos vocablos que encierran la misma realidad. La actualidad del efecto influida por la causa. Lo mismo debe decirse de la causalidad en general: es el influjo de la causa en el efecto. La causalidad de la causa coincide con la efectuación del efecto. Trátase también de una misma realidad, que es el acto o la actualidad del efecto en la medida en que proviene de la causa, es decir, el influjo por el que la causa influye el ser en el efecto. El efecto y la causa se unen sin fundirse. Y esta unión sin confusión se llama causalidad, influencia de la causa por la que se constituye la actualidad del efecto. Sucede con la causalidad algo parecido a lo que pasa con el conocimiento. De modo semejante al conocimiento, acto común del cognoscente y de lo conocido, la causalidad es también la común actualidad de la causa y del efecto. Éstos, distintos entre sí, se trenzan en la causalidad, la cual, amparándolos, constituye a la causa formal e inmediatamente como tal y expresa la influencia del ser en el efecto. Sin embargo, tampoco se confunde con ninguno, pues, materialmente hablando, la causa puede preceder a la causalidad y el efecto perdurar tras la realización. Ello no debe hacernos caer de nuevo en la tentación, ya rechazada, de concebir a la causalidad dotada de sustantividad, cual si fuese un intermediario entre la causa y el efecto. La causalidad no es una realidad subsistente, sino una relación de dependencia merced a la cual el efecto se solidariza a la causa que le influye el ser.
División de las causas
Siendo la causalidad una relación de dependencia, habrá tantos géneros de causas cuantos sean los modos de depender. En las cosas de nuestras experiencias, estos modos de dependencia causal se extienden a cuatro, según señaló ya Aristóteles. Una cosa puede de depender de otra como materia, como forma, como eficiente y como fin. Una estatua depende intrínsecamente de aquello de lo que está hecha (materia) y de lo que la determina a ser precisamente lo que es (forma); extrínsecamente depende del escultor que la hizo (agente o eficiente) y del objetivo de que se propuso (fin). Paralelamente encuéntranse cuatro modos generales de influir el ser en otro: sustentando o singularizando (materia), actualizando o informando (forma), realizando o produciendo (agente) y atrayendo u ordenando (fin).

De aquí que debamos registrar cuatro géneros de causas: dos intrínsecas o constitutivas del efecto, como la causa material y la causa formal, y otras dos extrínsecas, una productora, como la causa eficiente, y otra ordenadora, como la causa final.

El concepto de causa se aplica a los cuatro géneros registrados de una manera analógica. Cada causa es causa real y, propiamente, influyendo en el ser del efecto; pero, a su manera, esencialmente diversa en cada una. No pueden, pues, considerarse como especies de un mismo género, y hay que entenderlas como miembros de una analogía de proporcionalidad. Y lo que se dice de las causas puede aplicarse, mutatis mutandis, a los efectos. (…)


LAS CAUSAS MATERIAL, FORMAL Y EJEMPLAR
La causa material

Definición y división.

En el tratamiento de la estructura de los entes particulares limitados en la duración nos ocupamos ya con suficiente amplitud de la materia y de la forma. Aquí, pues, nos limitaremos a examinarlas desde el punto de vista de la causalidad que ejercen.

La causa material, en cuanto es causa, debe influir el ser, y en cuanto material, debe influirlo de tal manera que se distinga perfectamente de las causas extrínsecas, eficiente y final, y de la causa formal, intrínseca como ella. Es lo que recoge la definición dada por Aristóteles: …, aceptada por los escolásticos, que la traducen así: id ex quo aliquid fit ut inexistente. La causa material es, en efecto aquello, de lo que algo se hace y en lo que es. La estatua que ha sido hecha de mármol es de mármol y en mármol. La causa material es, por consiguiente, el sustrato permanente de las mutaciones físicas, el sujeto determinable de cuya potencialidad se educe un nuevo ser.

La más elemental distinción de la causa material es la que resulta de los dos tipos de materia: primera y segunda. En el ejemplo anterior, lo que hacía de causa material de la de la estatua (el mármol) es, en sí mismo, una sustancia completa, compuesta ella misma de materia prima y forma sustancial. Y esta materia prima es causa material del mármol, es decir, aquello de lo que está hecho y en lo cual es.

De la materia prima se hace, pues, el compuesto sustancial corpóreo y la forma sustancial misma. Los filósofos de la naturaleza suelen distinguir dos modos de fluencia de la forma sustancial respecto de la materia. Hay formas sustanciales, que más atrás calificamos de emergentes (las almas humanas), que únicamente se hacen de la materia cuanto a su ser en (inesse) y en modo alguno pueden ser educidas de ella, por carecer de potencialidad en el orden del espíritu. Todas las formas inferiores, propiamente inmersas, se hacen, por educción, de la materia cuanto a su ser mismo (esse).

De la materia segunda se hace el compuesto accidental corpóreo y la forma accidental correspondiente. Caracterizándose la materia esencialmente por la potencialidad respecto de la forma educida o adveniente, se consideran como causa material, reductivamente, todo aquello que dispone al sujeto para recibir algo, las partes esenciales, potestativas e integrales de que constan los compuestos correspondientes (todos sustancial, potestativo e integral), y hasta cualquier sujeto potencial receptor de cualquier acto (la sustancia espiritual respecto de sus accidentes o uno de ellos respecto de otro).

Esto nos lleva a otra clásica división de la materia como causa: la materia ex qua y la materia simplemente in qua. Es ex qua la materia de la que consta el compuesto y de la que es educida la forma. Es in qua aquella en la que la forma se limita a inherir

La causalidad de la materia.

Tras lo dicho, resulta innecesario poner de relieve que la materia sea verdadera causa. Influye el ser en el compuesto corpóreo. Inflúyelo también en la forma, hasta el punto de hacerla triplemente dependiente: in fieri, porque de ella es educida; in facto esse, porque por ella es conservada, e in operari, porque la materia concurre, en determinado grado y medida, a las operaciones de la forma. Conviene, empero, ser precavidos, respecto a este último punto y, sobre todo, no exagerar, de tal manera la causalidad de la materia que la hagamos invadir otras esferas causales, a las que terminaría por suplantar. El marxismo ha partido precisamente de esta exageración, elevando al rango de causa eficiente y final lo que sólo es condición. En nuestro mundo cosmológico, la materia, en efecto, además de ejercer la causalidad que le es propia, es condición sin la cual no actúan las otras causas. Pero es claro que ningún derecho nos asiste para confundir una efectiva causalidad con lo que sólo es condición de ella.

Por mejor camino discurren las investigaciones de A. Millán Puelles sobre la causación material, en los dominios pedagógicos e históricos: “Cabe llamar causa material, en cierto modo, a otras entidades, por ejemplo, al niño respecto del hombre. No cabe duda de que el segundo depende, en alguna forma, del primero. Sobre el sentido de esta dependencia se levanta, por cierto, la posibilidad de la educación y de toda pedagogía. Pero el niño no es para el hombre ni causa formal, ni causa eficiente, ni causa final. Es algo de lo cual el hombre se hace, de suerte que es preciso señalar una cierta “procedencia” entitativa y no únicamente una simple “procedencia” cronológica.

El ser del niño está en potencia al hombre, y de dicha potencia surge éste. Análogamente, cabe hablar también de la causación material que, en cierto modo, corresponde a los hechos humanos que han influido en el curso de la historia”.

La materia se constituye en causa sin ningún sobreañadido. La misma realidad de la materia es causa material. Tampoco necesita de ulterior añadido para el ejercicio causal. La comunicación de su misma realidad es ya su ejercicio causal. Debe, pues, decirse que la causalidad de la materia consiste en la comunicación de su misma entidad.

Esta comunicación debe entenderse de dos modos, según se desprende de lo afirmado antes. Uniéndose a la forma da su ser al compuesto, influyéndolo en él. En este sentido, la causalidad de la materia es pura unión “de” o comunicación esencial. Respecto de la forma, la causalidad de la materia es, como también se indicó, una educción con sentido de recepción y sustentación.

El efecto de la causa material.

Sólo dos palabras más para explicitar los efectos de la causalidad material. Suelen poner los autores al lado del efecto adecuado de la materia una pluralidad de efectos inadecuados. El efecto adecuado y último de la materia, en unión de la forma, es el compuesto, el todo esencial. Dándose en conyugal abrazo y recíproca entrega, la materia y la forma hacen ser al compuesto y lo constituyen sin residuo. J. Gredt indica estos efectos inadecuados: “la materia causa la generación como sujeto, causa la forma como potencia, de la que se educe y en la cual se recibe y subsiste”.



LA CAUSA FORMAL
Noción y división.

La causa formal, en sentido estricto, se define diciendo que es aquello por lo que una cosa es intrínsecamente lo que es. Trátase, pues, de un acto que, determinando a la materia, constituye el compuesto especificando su esencia. Conviene, por ello, a la forma una doble relación: respecto del compuesto, es el principio que especifica y determina, haciéndola esta esencia y no otra; respecto de la materia, es aquello por lo que ésta se actualiza.

Acto de la materia, en definitiva, la forma puede ser sustancial y accidental. La forma sustancial es el acto de la materia prima; la forma accidental, el de la materia segunda. Como la forma, la causa formal es también sustancial y accidental. La causa formal sustancial actualiza a la materia prima, determina originalmente al ser y lo especifica de modo primario y fundamental. La causa formal accidental supone constituida la sustancia a la que confiere sus ulteriores determinaciones o actualizaciones de su materia segunda.

Por ser la causa formal acto recibido en la potencia, se consideran como causas formales, reductivamente, todos los actos recibidos en alguna potencia. Así, por tener análogo comportamiento formal, pueden llamarse causas formales a la existencia, que actúa la esencia, su sujeto, y a todo accidente espiritual sustentado en la sustancia. Y porque la causa formal es principio especificativo, se reduce también a ella todo principio especificativo extrínseco, como las ideas ejemplares de los artefactos y los objetos a que esencialmente están ordenados los hábitos, los actos y potencias.

La causalidad de la forma.

La forma es efectiva y verdaderamente causa. Respecto del compuesto, apenas se encuentra quien le niegue la causalidad: influye el ser en él, determinándolo y especificándolo, según se dijo. También es causa formal de la materia. Cuando se toma ésta reduplicativamente, hasta los suaristas admiten la causalidad de la forma respecto de la materia. No se discute, pues, que la materia, como elemento del compuesto, necesita ser constituida formalmente por la forma. Lo que sí afirman muchos es que la materia, en sí misma considerada, es una esencia real y está, por ello, dotada de cierta actualidad y hasta de existencia propia. Bajo este supuesto, no es causada por la forma. Pero esta causalidad debe reaparecer con toda efectividad para quienes consideran que la materia es pura potencia. Entonces tiene vigencia plena el famoso axioma de Santo Tomás: forma dat esse. La materia debe recibir toda la actualidad y la existencia misma de la forma.
También la forma se constituye en causa sin ningún sobreañadido. Su misma realidad es causa formal. Tampoco necesita añadido alguno para el ejercicio causal, que debe consistir en la comunicación de su misma entidad.
Esta comunicación es una unión in facto esse, que recibe el nombre de información. Para que la unión de las causas formal y material tenga realización y cumplimiento se requiere, como condición inexcusable, la activa aplicación de la forma a la materia. En su sentido activo o in fieri, la unión no es causalidad de la forma, sino influjo del agente.

El efecto de la forma.

Ya quedó señalado, en el artículo anterior, que el efecto adecuado y último de la forma y de la materia es el compuesto, constituido precisamente de ellas y nada más. Resulta este efecto de la simple información de la materia. Con él se dan otros efectos de la forma, que se llaman inadecuados: da la existencia a la materia, expulsa de ella la forma anterior, ocupando su lugar, y causa la generación como término.

Hace todo eso la forma en el orden sustancial y accidental. Conviene, empero, distinguir, junto al efecto formal primario, el efecto formal secundario, causado también por la forma de un modo ulterior y remoto. Así, el efecto formal primario de la forma sustancial es el compuesto sustancial, y el secundario es el compuesto accidental de sujeto y accidentes. No sólo la sustancia, sino también los accidentes son lo que son por la forma sustancial. Todos los accidentes reciben el ser del sujeto, al que se lo confiere la forma sustancial.


LA CAUSA EJEMPLAR
La causa formal extrínseca.

Dijimos en el artículo anterior que la forma era un principio especificativo intrínseco. Igualmente advertimos que el carácter especificativo conviene también, en muchos casos, a ciertas formas que no están en los seres determinados por ellas y, en consecuencia, no los constituyen intrínsecamente. Trátase, pues, de especificativos extrínsecos, y de ellos citamos ya los dos casos más notables. Si, pues, entendemos por causa formal lo que se comporta de modo especificativo, cabe hablar de causa formal extrínseca.

En general, es causa formal extrínseca todo lo que especifica a un ser desde fuera. Más brevemente puede ser definida así: el especificativo extrínseco. Es éste de dos tipos: el ejemplar (modelo o paradigma) y el objeto formal especificativo. Por el ejemplar se especifican todos los artefactos, es decir, las obras realizadas por el artífice; por el objeto formal se especifican los actos y los hábitos de las potencias operativas y, en general, todas aquellas cosas que, en razón de su esencia específica, se ordenan a un término. Sólo nos ocuparemos de la causa ejemplar. La causalidad del objeto, en la medida que la ejerza, puede ser reducida a la del ejemplar.

La causalidad ejemplar.

Llámase ejemplar, en general, a todo aquello a cuyo tenor obra el agente intelectual. Trátase, pues, de un modelo a imitación del cual un agente realiza su obra. Este modelo puede ser exterior al artífice y estar constituido por la muchedumbre de las cosas naturales o de los objetos existentes en el ámbito de la experiencia en cualquiera de los órdenes físico, moral o cultural. Pero sólo cuando se interioriza por el conocimiento en la mente del artífice y adquiere el modo de ser de lo concebido, está en condiciones de ejercer la causalidad. Hablando, pues, con todo rigor, es causa ejemplar el modelo interior al cual el agente ajusta su acción. Aun en el caso de que el modelo sea un objeto exterior (un paisaje, un rostro, una obra de arte), sólo la representación que de él se hace el artífice dirige la obra.

Ese modelo interior es una idea, según denominación griega. Los latinos preferían llamarle forma forma o especie, y también, más expresivamente, ratio rei faciendi. Modernamente ha recibido otros varios nombres, como ideal, plan (o plano), tipo, esquema, etc. Quédese el lector con el que más le plazca. Lo importante es saber en qué consiste la causa ejemplar y cual es la función que está llamada a desempeñar. Vista desde este último ángulo, es una auténtica forma que define o especifica de antemano –siempre de manera extrínseca- la forma de la obra a realizar.

Preferimos, empero, llamarla idea ejemplar, ya que eso es, en efecto, una idea imitativa, modélica o paradigmática, que regula la acción del agente hasta alcanzar el fin que se propuso. Pusimos hace poco a la causa ejemplar en relación con el conocimiento. Debemos notar ahora que la idea ejemplar debe ser algo existente en la mente como efectivamente conocido. No puede, pues, localizarse en el ámbito de la especie impresa (aquello por lo que conocemos), ni en el de la especie expresa (aquello en lo cual conocemos), y debe pertenecer al orbe de los conceptos objetivos. Sin embargo, no todo concepto objetivo es, sin más, una idea ejemplar.

Sólo lo será aquel que, teniendo virtualidades imitativas y posibilidades modélicas, sea capaz de regular la acción del artífice que se propone un fin en la realización de una obra. Todo ello puede concretarse en esta clásica definición de la idea ejemplar: "Forma quam aliquid imitatur ex intentione agentis qui determinat sibi finem".

Así entendida, la idea ejemplar es una verdadera causa, por cuanto constituye al agente intelectual formalmente en artífice, y determina realmente el modo de su actividad. Influye el ser en el ejemplado mediante la acción del agente. Su causalidad propia consiste, pues, en la misma acción eficiente en cuanto es dirigida por el ejemplar.

Se discute entre los autores sobre cuál sea el género de causalidad a que se reduzca la ejemplaridad. Tres géneros de causas pueden, en efecto, disputársela: la formal, la eficiente y la final. La forma ejemplar que se quiere realizar en la materia coincide con el fin intentado por el artífice. La causa ejemplar y la causa final parecen ser la misma cosa tomada en dos aspectos diferentes. La idea de la cosa a realizar, considerada desde el punto de vista de la finalidad, es decir, bajo el aspecto de bondad, atrae al agente y lo determina a obrar; la misma idea, considerada como modelo, es decir, como forma imitable determina el modo de actividad del agente.

Mas, por esto mismo, la ejemplaridad puede ser reducida a la eficiencia, por cuanto dirige la acción del agente constituyéndolo como artífice y formando con él un único principio de operación. Sin, embargo, mirada en sí misma, la causa ejemplar es una idea o forma que determina al artefacto haciéndole ser de esta naturaleza y no de otra. Mas esta determinación o especificación corresponde precisamente a la causa formal. Así, pues, aunque la ejemplaridad participa de la finalidad y de la eficiencia, se reduce más bien a la causalidad formal. La idea ejemplar es una causa formal extrínseca.


ACERCA DE LAS CAUSAS DEL ENTE CREADO
Acerca de las causas en general
Ahora, según: J. Gredt
TESIS XXIII: El concepto de causa tiene una realidad objetiva.

Estado de la cuestión. La causa se define: principio positivo, de donde algo procede realmente según la dependencia en el “esse” (existir). En cuya definición “el principio” se pone en el lugar del género, para excluir de la razón de causa, a aquello de lo cual algo depende, no como de un principio, sino como de un término o medio, como la relación depende del término y la cantidad de lo indivisible terminante y continuante.
El principio es aquello “de lo cual algo procede de cualquier modo” (S. Tomás), y se dice de dos maneras:
1. según el intelecto –aquello de donde algo procede según el intelecto (como la conclusión procede de las premisas, las cuales, por consiguiente, se dicen su principio)-
2. según la cosa – aquello de donde algo procede según la cosa o realmente.

El principio, de donde algo procede según la cosa, es doble:
a)
meramente negativo (término “a quo” negativo), como de la privación procede o comienza la generación;
b) positivo. Mas el principio positivo, de donde algo procede realmente, a su vez es doble: uno que influye el “esse”, otro que no lo influye, sino que es principio del mero comienzo y sucesión, como desde el punto como de un principio comienza la línea y a una parte de la línea y del movimiento sigue otra ( uno después de otro, no uno a causa del otro o “ex alio”).

El principio que influye el “esse” en otro, o influye de tal manera o le da el “esse”, para que lo tenga dependiente segun el "esse" a aquello a lo cual influye el "esse" o influye el esse sin aquella dependencia. El principio que influye o atribuye el “esse” sin ninguna dependencia, es (según la S. Teología) el principio en las cosas divinas: El Padre como principio del Hijo influye el “esse” al Hijo, sin que el Hijo dependa del Padre, porque el “esse”, que el Padre da al Hijo, es el mismo “esse”, que está en el Padre comunicado con el Hijo.

El principio, ahora, que influye el esse de tal manera, que tenga dependiente de sí según el esse aquello, a lo cual influye el esse, se llama causa. Luego la razón formal de causa consiste en aquella perfección, en virtud de la cual algo tiene dependiente de sí a otro según el esse. –De la causa hay que distinguir completamente la “conditio sine que non”, que de ninguna manera dice causalidad, sino requisito o sólo disposición para que la causa pueda ejercer su causalidad; así la aplicación del ácido al metal es el requisito, para que la causalidad química del ácido y del metal se ejerza recíprocamente.


Lo que procede del principio, se dice principiado; lo que procede de la causa, se dice efecto. Puesto que el efecto verdaderamente depende de la causa según el esse, es necesario que la causa preceda al efecto temporalmente o al menos por la naturaleza, en el concepto, en vez, de principiado tal dependencia y posterioridad no se incluye, sino sólo el orden de origen.


La realidad objetiva del concepto de causa ya lo negaban los antiguos Escépticos (principalmente Aenesidemos) por aquello de que este concepto sea relativo, mas todo relativo decían que era un esse de razón. Locke así habla acerca de la causalidad, de tal modo que se pueda creer que la razón de causa él la pone en la mera sucesión de uno a otro, lo cual desde el fondo (funditus) destruye el concepto de causa, en el cual esencialmente se incluye la dependencia de uno a otro. Hume intenta probar que el concepto de causa no se puede deducir ni de la experiencia externa ni de la interna, y que por lo tanto, hay que rechazarlo completamente.

Se prueba la tesis.

Tiene realidad objetiva el concepto, que inmediatamente se abstrae, como teniendo realidad objetiva, de la experiencia interna o del testimonio de la conciencia, y cuya realidad objetiva, más aun, se prueba apodicticamente por el raciocinio. Es así que el concepto de causa se abstrae inmediatmente de la experiencia interna como teniendo realidad objetiva, y su realidad objetiva, más aun, se prueba apodicticamente por el raciocinio.

Luego...
La mayor:
es evidente por la veracidad del intelecto simplemente aprehendiente y raciocinante.
La menor I parte: ( El concepto de causa inmediatamente se abstrae de la experiencia interna como teniendo realidad objetiva). –por el testimonio infalible de la conciencia consta que nosotros producimos en nosotros (entendiendo, queriendo etc) y en las otras cosas (tocando, moviendo, percutiendo) diversas realidades, que reciben el esse por nosotros, en dependencia de nuestra acción, y claramente percibimos que el efecto no sólo es después de la acción, sino desde nuestra acción.

Es así que quien percibe esto, abstrae el concepto de causa como concepto, que tiene una realidad objetiva. Luego verdaderamente somos causas de estas realidades, y por consiguiente, entendiendo nuestra acción en nosotros mismos y en las otras cosas ( o por nuestra acción inmanente y transeúnte (transitiva)), abstraemos el concepto de causa como teniendo una realidad objetiva.-Igualmente por el testimonio de la conciencia “ (ope) por medio de los sentidos inferiores, principalmente el tacto, experimentamos que las cosas obran en nosotros mediante las cualidades sensibles, y, por consiguiente, entendiendo esta acción de las cosas en nosotros, abstraemos el concepto de causa como concepto, que tiene una realidad objetiva.

Se prueba la menor II parte: ( La realidad objetiva del concepto de causa se prueba apodíctimamente por el raciocinio. ).- Si algunas cosas después de no ser, comienzan a ser, se da la causa, o el concepto de causa tiene una realidad objetiva. Es así que ciertas cosas después de no ser, comienzan a existir. Luego.

La menor es manifiesta desde la experiencia. – se prueba la mayor. Las cosas que comienzan a ser, después que no fueron, reciben el ser –por otro, ciertamente, puesto que la nada no puede darse el ser a si mismo ( para esto ciertamente debería al mismo tiempo ser y no ser), lo que, por consiguiente, influye a ellos el ser o es su causa– Las cosas que comienzan a ser, necesariamente reciben el ser o son causadas, pero no es necesario que las cosas que reciben el ser o son causadas, comienzen en el tiempo, puesto que algo puede ser causado “ab aeterno”. En el concepto, en efecto, de causalidad no se incluye el comienzo en el tiempo.

Corolarios. Luego aprehendemos inmediatamente la causalidad en concreto por la experiencia interna del intelecto y del sentido común y también por la simple sensación de los sentidos inferiores. Desde ahí el intelecto enseguida abstrae el concepto universal de causa como concepto, que tiene realidad objetiva en la realidad de las cosas. Además por el fácil raciocinio, por aquello que vemos que ciertas cosas se hacen, deducimos que hay causas en la realidad de las cosas. Con esto, sin embargo, queda en pié: que la experiencia externa sobre las cosas puestas cerca de nosotros, fuera de nosotros no manifiestan inmediatamente sino sucesión, no dependencia causal. De si hay dependencia se debe investigar con la ayuda de la inducción, es decir, hay que investigar con repetidas observaciones bajo diversas circunstancias, si la coexistencia sea sólo accidental o conexión interna causal.

Cuántas sean las causas. – De cuatro modos puede algo influir el ser en otro o tener dependiente de sí a otro según el esse: o como materia, o como forma, o como eficiente, o como fin. La materia influye el ser sustentando la forma, la forma actuando la materia, la eficiente “efficiendo”, el fin "aliciendo". Por lo cual son cuatro los géneros de las causas: material, formal, eficiente, final.- Estos cuatro géneros de causas se manifiestan por la experiencia interna y se concluyen por el raciocinio por aquello que algo de nuevo surge (nace) en la naturaleza de las cosas. Porque experimentamos que las cosas obran eficientemente en nosotros como en un sujeto o materia y nosotros como sujetos o materia recibimos las formas o actuaciones de su acción; igualmente experimentamos que nosotros obramos eficientemente en las cosas como en la materia y éstas reciben la forma o actuación por nuestra acción, a las cual nosotros tendemos como fin.

Igualmente por el raciocinio se concluyen cuatro causas: Cualquier cosa que de nuevo surge (o nace) de otro y en otro, no puede explicarse sino por el concurso de las cuatro causas: materia y forma, eficiente y fin.

El concepto de causa para los cuatro géneros de causas es análogo.-

“La causa” es un concreto accidental: aquello que tiene causalidad, un sujeto que tiene causalidad. Por eso la causa se puede tomar materialmente por el sujeto y formalmente por la forma, por la causalidad. Si la causa se toma materialmente por la substancia subsistente, que es el sujeto subsistente que tiene causalidad, es unívoca para las cuatro causas creadas; si, en vez, se toma materialmente por cualquier otro sujeto, en el cual inmediatamente inhere la causalidad, también mira a las diversas especies de accidentes y es análoga. Si la causa se toma formalmente, puede tomarse por la relación de causalidad y por el fundamento de esta relación. Si la causa se toma relativamente, el concepto es análogo, pues la causa relativamente tomada algunas veces es sólo relación de razón (causa final, Dios como causa eficiente), otras veces es relación real (las demás causas). Si la causa se toma fundamentalmente, por el fundamento de la relación de causalidad, el concepto de causa es análogo. Pues la causa eficiente así tomada es acción física (acción predicamental) y emanación de la acción física, y es también acción metafísica (en cuanto ésta es virtualmente transitiva) y emanación de la acción metafísica. La causa eficiente divina ( Dios como causa eficiente que termina la relación de la dependencia del efecto) es la sustancia divina, conotando un efecto extrínsecamente conferido (illato).

La causa material y formal es toda entidad de materia y forma. La causa final es el bien inspirante (spirans) actualmente o que termina la apetición actual en el apetente. –
El concepto de causa es análogo con analogía de proporcionalidad propia: como se relaciona la causa eficiente a su efecto, así la final se relaciona al suyo, etc. La relación, luego, al efecto en todas las causas es proporcionalmente la misma.

El concepto de efecto es unívoco, si se toma relativamente. La relación, pués, del efecto es siempre la relación real de dependencia. Si, en vez, el efecto se toma por el fundamento de la relación, es concepto análogo; así, en efecto, algunas veces es pasión predicamental (el efecto de la causa eficiente), otras veces es toda entidad de materia y forma (el efecto de la causa material y formal), y otra es apetición como emanada (elícita) del apetito (el efecto de la causa final). Si el efecto se toma materialmente por la substancia subsistente, es unívoco; si, en vez, se toma por cualquier accidente producido en la sustancia, es análogo.

La relación de la causa al efecto.-
a) La causa precede al efecto con prioridad de naturaleza. La prioridad de naturaleza es la prioridad, a la cual responde la dependencia causal: la naturaleza es lo anterior, de donde algo depende; pero el efecto depende de la causa. Luego. –El axioma: "toda causa es anterior a su efecto”, vale, si la causa y el efecto se consideran materialmente o entitativamente; si, en vez, se consideran formalmente o relativamente, entonces vale (vale) el axioma: las cosas correlativas son al mismo tiempo (simultáneas) en el tiempo y en la naturaleza y en el intelecto.-
b) La causa se distingue de su efecto realmente; pues, aquello que depende de otro realmente, se distingue realmente de él. Esto vale simplemente de las causas extrínsecas: de la causa eficiente y final, pero “cum addito” se verifica también de las causas intrínsecas: de la causa material y formal. También la causa intrínseca se distingue de su efecto inadecuadamente como la parte del todo, y se distingue también adecuadamente de su efecto inmediato (del efecto inadecuado). El efecto inmediato de la forma es la materia: la forma hace ser a la materia.-
c) “Secundun quid”, es decir, bajo aquel respecto, por el cual causa, toda causa es más perfecta que su efecto, porque bajo este aspecto el efecto depende de la misma; simplemente, sin embargo, es decir, según su naturaleza y su esse absolutamente considerada, no toda causa es más perfecta que su efecto. Pues ciertas causas (materia y forma) son partes intrínsecamente constituyentes el todo o el efecto (causas intrínsecas), pero la parte no es más perfecta que el todo; y cierta causa (causa material dispositiva) es disposición y vía a la forma y al todo, que `por lo tanto son más perfectas.-
d) La causa eficiente principal es igualmente perfecta o más perfecta que su efecto. Pues la causa eficiente principal o es unívoca o de la misma razón del efecto (como el hombre, que genera al hombre), y, por consiguiente, igualmente perfecta, o es equívoca o de una razón más alta y más perfecta que su efecto. Sólo Dios es tal causa.
Las criaturas, así como en el esse, también en el obrar se determinan por su especie. Y nótese que no sólo la generación de los vivientes son efectos unívocos, sino también todos los otros efectos, a lo cuales las criaturas, sean vivientes, sean no vivientes, producen según su especie. Todos llevan delante de sí la índole específica; así las acciones y los artefactos de los hombres, las acciones de los brutos, que siguen el conocimiento de la estimativa, la actividad física y química de los metales. Pero la causa eficiente instrumental no debe ser más perfecta que su efecto ni igualmente perfecta, porque el efecto no se asimila al instrumento, sino al agente principal.-
e) El fin, cuius gratia, o el fin como causa, por el cual algo es o se hace, si por su naturaleza es fin, siempre es más perfecto que su efecto, es decir, que aquello que finaliza (por aquello a lo cual mueve el fin; por eso, que es por el fin); si, en vez, es sólo el fin del operante (ex libitu operantis), no es siempre más perfecto.

Pues por el orden de la naturaleza lo naturalmente más imperfecto es por lo más perfecto, pero puede el hombre, pervirtiendo el orden, tender a lo más perfecto por lo imperfecto, como cuando alguien da limosna por vanagloria. Igualmente el fin efecto, es decir, el fin, al cual la operación por su naturaleza está ordenada ( el fin de la obra), el término de la acción eficiente, no es más perfecto que aquello, en el cual ejerce su causalidad, es decir, que la causa eficiente, porque el efecto de la causa eficiente no es más perfecto que esta misma causa.

Axiomas escolásticos que se refieren a la causalidad.-
I. siempre aquello es más tal, por el cual cada cosa es tal (Arist. Ana. Post.)- "Aquello por el cual cada cosa es tal y eso es más" Aquello por lo cual se ama a lo demás es más amado o por lo menos en igual intensidad. - Cuando la causa y el efecto convienen en el nombre, entonces aquel nombre se predica más de la causa que del efecto (S. Tomás…).
II. Lo que se dice máximamente tal en algún género, es causa de todos los que son de ese género.- Aquello se dice máximamente entre otras cosas, por lo cual se causa en otra cosas algo unívocamente predicado de ellas. Aquello mismo que máximamente es de otros, es según lo cual está la univocación a los otros.
III. Todas las cosas que están en algún género, se deriva del principio de aquel género.-
Lo que es primero en cualquier género, es causa de todos aquellos que son después, como se dice en S Tomás, . Th. III-. Siempre lo que es por sí, es causa de aquello que es por otro.
(S. Tomás).
Estos axiomas se verifican, “cuando uno es causa de otro en el orden esencial de la causa” (S. Tomás..), es decir, estos axiomas se han de entender acerca de las causas, de donde no sólo depende la existencia del efecto en algún individuo, sino de donde también depende la misma razón formal, por la cual formalmente se constituye en efecto, por ejemplo de donde no solo depende no sólo el ser conocido en algún individuo –como un hombre recibe la noticia de otro-, sino la misma razón formal de noticia – como la misma esencia de la noticia depende de los principios. Estas son causas equívocas, o estrictamente (Dios) o en sentido más amplio, a las cuales el predicado, que constituye la razón formal del efecto, le conviene esencialmente, sea como propio sea como la misma esencia, cuando al efecto no convenga más que por participación.

A estos efectos el predicado por consiguiente conviene menos, a las causas, en vez, conviene más (I) y máximamente(II), aun más, conviene en grado infinito a la causa, a la cual el predicado conviene esencialmente “stricte” como la misma esencia ( conviene formalmente, si el predicado expresa la perfección simplemente simple; conviene virtualmente si expresa la perfección mixta). Y estas causas son primero (III) en cualquier género ( y quasi género) y principio de todos los que son de este género.- las otras condiciones, que se requieren, para que estos axiomas se verifiquen “en todas partes” se reseñan entre los autores; pero esta única basta.

Ejemplos.- Los principios son más conocidos que las conclusiones, los principios son máximamente conocidos, y son primero en el género de la noticia, de donde se deriva toda noticia. Igualmente el fin se ama más que los medios, y máximamente se ama y se ama sobre todas las cosas, si es el fin último. El cual fin último es absolutamente primero en el género de la apetición, de donde se deriva toda apetición. El fin intermedio es relativamente primero. Según la física de los antiguos el fuego es máximamente cálido; los demás cuerpos menos, porque los antiguos concebían al fuego como cuerpo, cuya cualidad propia sería el calor. El fuego por lo tanto sería el principio de todo calor, que se participaría imperfectamente a los otros cuerpos. El cual, ciertamente, ejemplo no es bueno, porque el calor no es una cualidad propia, especial de algún cuerpo, sino un accidente común, pero en lugar de él ponemos la cualidad química, que en los elementos separados está en grado intensísimo, en los mixtos, en vez, remisa y participativamente. La virtud, la sabiduría, la verdad, la bondad, la entidad convienen a las criaturas según más y menos, a Dios, en vez, máximamente, es decir, infinitamente, y por Dios estas perfecciones se participan a las criaturas.

A Dios estas perfecciones convienen infinitamente, porque convienen a él esencialmente “stricte” como la misma esencia: Dios es la misma virtud, la misma sabiduría, verdad, bondad, entidad (esse per essentiam). Ser cálido (caliente) conviene a las criaturas según más y menos; a Dios, en vez, conviene infinitamente, no ciertamente formalmente, puesto que es una perfección mixta, sino sólo virtualmente: Dios es el mismo calor virtualmente eminentemente.

El principio de causalidad: “Todo lo que se hace, tiene una causa” (“nada se hace sin una causa proporcionada”), es un principio evidente para todos. Este principio se ha de entender, que todo lo que se hace, tiene una causa realmente distinta de sí: Nada se causa a sí mismo. Esto sería contradictorio. Debería al mismo tiempo ser y no ser. Causa, en efecto, y es causado; en cuanto causa, debería ser, en cuanto es causado, debería no ser. Esto también lo concede Hume, el cual, sin embargo, discute que puede ser sin causa lo que se hace. Pero aquello que se hace, tampoco puede ser sin causa. No es sin causa “positive”, como si fuera por sí mismo. El ente existente por sí mismo no es ciertamente contradictorio. Pero este ente no se hace, sino que es siempre, y es necesariamente. No tiene el esse después del non-esse, sino que tiene siempre el ser y necesariamente. Es el ente absolutamente necesario: Dios. Por el contrario, lo que se hace, alguna vez no era; tiene el esse después del non-esse. El non-esse precede su esse, si no en el tiempo al menos en la naturaleza.

Pero lo que se hace tampoco es sin causa mero negativamente como ser contingente, que se originaría sin causa, que después del non-esse tendría el esse sin causa. Tal cosa es contradictoria. Pues esse sin causa, exsistentia incausata, no se puede concebir mere negativamente. Es, en efecto, perfección positiva. Independencia en el esse, en virtud de lo cual lo que es sin causa, tiene el esse en absoluta independencia de cualquier otro. Esta independencia es el esse por sí del ente absolutamente necesario, que contradictoriamente se opone a eso que se hace. –

También el principio de razón suficiente. “Nada existe sin razón suficiente”, es un principio evidente por sí mismo para todos. Pues la razón suficiente es aquello por lo cual algo es lo que es (sea según la esencia, sea según la existencia); por lo cual está suficientemente determinado para que sea lo que es (sea según la esencia: para que sea tal cosa, sea según la existencia: para que sea existente). Pero lo que es, sea existente sea posible solamente, tiene por lo menos en sí mismo y por sí mismo la razón por lo cual es lo que es. Así Dios o el ente por sí tiene en sí y por sí la razón suficiente, porque sea, aunque no tenga la causa de su esse. – El principio de razón suficiente, luego, es más amplio; se extiende, en efecto, a todo ente absolutamente, mientras el principio de causalidad no se extiende sino al ser, que se hace, que tiene la razón suficiente fuera de sí. Y es, ciertamente, razón suficiente intrínseca “essendi”, y razón suficiente extrínseca, “fiendi”.

La causa es la razón suficiente extrínseca, del hacerse, realmente distinta del efecto, y el principio de causalidad, como principio del hacerse, se dice según esta razón suficiente extrínseca, mientras el principio de razón suficiente se diga ya según la extrínseca, ya según la intrínseca razón suficiente: Por eso se dice según distinción de razón raciocinada, aun, más amplio, según distinción de razón raciocinante, como cuando Dios se dice ente por sí o que tiene el esse por sí, por su esencia la razón suficiente de su esse.

El principio de razón suficiente y el principio de causalidad se reducen al principio de contradicción, y se pueden probar por él indirectamente por reducción al absurdo.- Si algo fuera sin razón suficiente, al mismo tiempo sería aquello que es y, al mismo tiempo, no sería, porque no tendría en sí aquello por lo cual sería lo que es. Igualmente si algo se dijera que se hace sin causa, al mismo sería causado y no sería: sería causado, porque se dice que se hace, y, sin embargo, no sería causado, porque se dice que no tiene causa.

Siendo las proposiciones evidentes por sí mismas o los juicios analíticos inmediatos de doble género ( en algunos el predicado es la definición del sujeto, en otros, en vez, es la primera propiedad), el principio de razón suficiente al primero, el principio de causalidad al segundo genero mira. La definición de todo ente, en efecto, es: habens esse; el ente es el que tiene el esse. En esta definición tanto se expresa la esencia: aquello por lo cual algo es determinado para ser tal; tanto el esse: aquello por lo cual algo está determinado para que sea (existente o posible). Y la propiedad inmediata de aquello que se hace, es tener causa, depender de la causa.

(Esta prueba indirecta algunos la niegan… etc, etc.)…

Los antiguos enunciaron el principio de causalidad con la tercer fórmula: Todo lo que se mueve (es decir, se hace), se mueve por otro. La cual fórmula expresamente también enuncia la distinción real entre causa y efecto, no expresada por la otra fórmula.
Las causas son causas reciprocas.- Esta sentencia se ha de entender de la causa de diverso género recíprocamente respondientes; recíprocamente responden la materia y la forma, la eficiente y el fin, La forma hace ser a la materia, la materia a la forma; el fin mueve a la acción a la causa eficiente, la cual por esta misma acción efficit (hace) el fin. Así el médico, que sana a su hijo enfermo, se mueve por la salud del hijo, a la cual el mismo médico como causa eficiente hace. Las causas del mismo género no pueden causalmente influir recíprocamente, porque para ejercer la causalidad requieren las mismas condiciones.

Así la causa eficiente requiere la existencia: para que cause, debe existir; la materia requiere la potencialidad privada de actualidad, la forma la actualidad receptible en la materia. Luego para que influyan causalmente recíprocamente, se requeriría, que estas condiciones simultáneamente las tuvieran y no las tuvieran: la causa eficiente para que haga, debería existir, mas para que sea hecha, debería no existir; la materia para que ejerza su causalidad, debería estar en el estado de potencialidad, para que sea causada debería estar en acto.
Acerca de la causa final.
J. Gredt
Nota: Antes de la Causa Final , ver La Causa Eficiente del ente en el índice y luego, antes del Principio de Finalidad, el título de este tema.

TESIS XXVII: El fin es verdaderamente causa, más aun es la primera de las causas, que se constituye formalmente “in actu primo”, no por la aprehensión o conocimiento, sino por la bondad, en cuanto ésta es capaz en cuanto término de mover mediante la apetición a la causa eficiente a obrar; “in actu secundo” el fin se constituye por la misma apetición, en cuanto ésta depende del bien apetecible.

Estado de la cuestión: Puesto que el fin en sentido lato es lo mismo que el término, de tantos modos se dice el fin, cuantos el término. Pero el término se dice a) generalmente de aquello, que es término de cualquier agente –fin efecto (el fin de la obra), b) especialmente de aquello que es termino de la inclinación o apetito. Mas el término del apetito o aquello que termina o finaliza el apetito es triple:
a) aquello que se apetece, o la cosa, que se apetece como término de la apetición .fin cuius gratia, fin que;
b) el sujeto para el cual se apetece –finis cui:
c) aquello por lo cual se alcanza lo que se apetece – finis quo. Si el padre trabajo para adquirir el dinero para el hijo, el fin “cuius gratia” es el dinero, el hijo es el fin cui, la posesión del dinero es el el fin quo. El padre posee el dinero por el derecho, que tiene en el dinero. El fin cuius gratia es el fin causa. A él se opone el fin efecto.
El fin causa, acerca del cual solamente trata nuestra tesis, se define según Aristóteles: aquello por cuya “gracia” se hacen las demás cosas. Por eso el fin se apetece por sí; las demás cosas, en vez, es decir, los medios por el fin, en cuanto el fin en sí mismo y por si solo tiene bondad, en razón de la cual es apetecible; los medios, en vez, que son puros medios, en sí mismos y por si solos no tienen bondad, sino son útiles solamente, es decir, bienes por orden al fin.-El fin cuya “gracia” se subdivide en último y no último.

El último es, al que todas las cosas se ordenan, o por el cual todas las cosas se hacen, sin subordinación a otro fin. No último es aquel al cual ciertas cosas se ordenan, que se hacen por él mismo, pero, sin embargo, se ordena a otro fin. El fin no último así tiene en sí mismo la bondad, en virtud de la cual es apetecible por si mismo, de tal manera que se ordene a un fin más alto, que reviste la razón de medio que conduce a otro fin ulterior. Pero no es puro medio, sino también fin por su intrínseca bondad, tiene una perfección intrínseca, en virtud de la cual es conveniente y apetecible como perfectivo del que lo apetece. Así la medicina dulce tiene bondad en sí, que, sin embargo, la misma se ordena a una ulterior bondad, a la salud; la medicina, en vez, amarga es un puro medio. La ciencia es perfectiva del hombre y un bien o fin de él, y, sin embargo, es útil a un fin último, para conocer y alabar mejor a Dios. Lo mismo se diga de las virtudes morales, que perfeccionan al hombre y llevan a Dios. El fin último es o último simplemente o “secundum quid”, es decir, en algún género.

Porque el fin es, por cuya gracia, es decir por cuyo amor se hacen las demás cosas, por eso no físicamente o eficientemente, sino metafóricamente, moralmente o finalmente, es decir por el amor o mediante su apetición mueve la causa eficiente a obrar. Sin embargo, decimos que el fin es verdadermente causa no sólo metafóricamente, aunque metafóricamente mueve, más aun, decimos que el fin es la primera causa, entendiendo por el nombre de primera causa a aquella, que entre las cuatro causas se supone a las otras y las precede según su causalidad. – lo que mueve mediante la apetición, mueve mediante el conocimiento, o en cuanto está “en la intención”.

Nada, en efecto, es querido si no es conocido. Sin embargo, decimos que el fin no se constituye formalmente por el conocimiento, sino por la bondad. Y distinguiendo fin en acto primero: aquello que puede finalizar y fin en acto segundo: aquello que finaliza en acto, decimos que el fin en acto primero se constituye por la sola bondad o la causalidad del fin en acto primero es la bondad, no, sin embargo, absolutmente considerada, sino en cuanto es capáz de finalizar, es decir, de mover (por su amor), no como medio, sino como término o fin, que se ama por sí mismo, a la causa eficiente a obrar.

Por consiguiente decimos que el fin en acto segundo se constituye por la misma actual apetición, en cuanto ésta depende del fin, o la causalidad del fin en acto segundo, es decir, el mismo ejercicio de la causalidad final consiste en la actual apetición, en cuanto ésta depende del fin o del bien. – Porque, sin embargo, el fin finaliza o mueve, en cuanto está en la“intención”, no es necesario que éste bien sea verdadero bien, sino es suficiente que sea un bien aparente o un objeto, que por el conocimiento se represente como bueno.

El fin efecto o fin de la obra como tal nunca es causa, sino efecto de la eficiente. Puede, sin embargo, ser causa (final), no como es fin de la obra, en cuanto está en ejecución ( último en ejecución), sino en cuanto es fin del operante, como está en la intención ( primero en la intención), o como es término de la inclinación o del apetito, cuando el fin de la obra y del operante coinciden materialmente, como cuando el artífice en su obra ninguna otra cosa apetece más que la producción del artefacto. El fin efecto como tal, es decir, el fin de la obra, que no es el fin del operante, no mueve a la causa eficiente como fin, sino como medio. Por lo cual no finaliza o mueve finalmente por razón de sí, sino por la razón del fin.

El medio finaliza por el fin. Los artífices que en su obra apetecen el lucro, el artefacto no es el fin, sino el medio para el fin.

Se prueba la tesis I parte. ( El fin es verdaderamente causa).- Verdaderamente es causa aquello que es un principio positivo, de donde algo procede realmente según la dependencia en el esse. Es así que el fin es el principio positivo, de donde algo procede realmente según la dependencia en el esse. Luego

La mayor es evidente por la tesis XXIII. –se prueba la menor a) el fin es un principio, porque es primero en la intención, aunque también es último, es decir, en la ejecución .- b) El fin es un principio positivo, porque es un bien conocido existente en la intención, aunque en la realidad quizá no es nada como bien aparente o quimérico.- c) Por el fin procede algo realmente según la dependencia en el esse; pues por el fin procede la operación de la eficiente y mediante ella el efecto; el fin, en efecto, mueve a la eficiente a operar..

Se prueba la II parte.- (El fin es la primera de las causas).- La primera entre las causas, es aquella que se supone a las otras causas y las precede. Es así que el fin es la causa, que se supone por las otras tres causas y a las que precede; a no ser que el fin ejerza su tracción, ni la eficiente obra ni la forma determina ni la materia sustenta. Luego.

Se prueba la III parte. – ( El fin en acto primero no se constituye formalmente por la aprehensión o conocimiento). – El fin no se constituye formalmente en acto primero por aquello que es común al fin con los medios y con todos los objetos de las potencias tanto apetitivas como cognoscitivas. Es así que el ser conocido o aprehendido es común al fin con los medios y con todos los objetos de las potencias ya apetitivas ya cognoscitivas. Luego.

La mayor es evidente por sí misma. No puede ser el constitutivo formal aquello que no es especificativo, sino común. –
La menor: es evidente por lo dicho en filosofía natural (…).

Se prueba la IV parte ( El fin se constituye formalmente en acto primero por la bondad, en cuanto ésta es capaz como término de mover mediante la apetición la causa eficiente a obrar).- El fin es aquello, por cuya “gracia” se hacen las demás cosas. Es así que aquello, por cuya gracia se hacen las demás cosas, se constitiuye formalmente en acto primero por la bondad, en cuanto ésta es capaz como término de mover mediante la apetición a la causa eficiente a obrar. Luego...
La mayor. Es evidente por sí misma.-
Se prueba la menor: a) Aquello por cuya gracia se hacen las demás cosas se constituye formalmente por la bondad; pues aquello por cuya gracia o por cuyo amor se hacen las demás cosas es el bien; lo que se ama es el bien. b) Se constituye formalmente por la bondad, en cuanto ésta es capaz como término de mover mediante la apetición a la causa eficiente a obrar, porque aquello por cuya causa se hacen las demás cosas, mueve como último o como término la causa eficiente a las demás, es decir, a hacer los medios.

Se prueba la V parte.- ( En acto segundo el fin se constituye por la misma apetición, en cuanto ésta depende del bien apetecible).- Si el fin en el acto primero se constituye por la bondad, en cuanto ésta es capaz como medio de mover mediante la apetición la causa eficiente a obrar, el fin se constituye en acto segundo por la misma apetición, en cuanto ésta depende del bien apetecible. Es así que el fin en el acto primero se constituye por la bondad, en cuanto ésta es capaz como término de mover mediante la apetición la causa eficiente a obrar. Luego.

La menor: es evidente por la IV p.- La mayor: se muestra por la relación del acto segundo al acto primero. El acto segundo es actualmente, lo que el acto primero es potencialmente. Es así que el fin en el acto primero es el bien que termina lo apetecible. Luego el fin en el acto segundo es aquel mismo bien, en cuanto se apetece o es la apetición, en cuanto ésta depende del bien apetecible.

Corolarios. Luego el fin ejerce su causalidad por algo que no está en él mismo, sino en aquel que es movido por el fin. Por lo cual el fin es un “movens immobile”: mueve moralmente, es decir, finalmente, sin ser movido. Luego el ejercicio de la causalidad final no funda relación real de causa final a su efecto y a aquello que se mueve por ésta causa.

Luego la aprehensión o conocimiento del fin no es sino condición para que el fin ejerza su finalidad; es, no obstante, condición “sine qua non”, porque no es sólo condición a manera de aplicación ( en cuanto aplica el objeto al apetito), sino también por modo de existencia; pues, en virtud del conocimiento el fin comienza a existir como objeto en la intención, que se requiere completamente para que pueda causar.

Luego hay que distinguir tres cosas en el fin:
a) lo que se tiene materialmente – el bien; todo fin, en efecto, es un bien, pero no todo bien es fin, porque está también el bien útil del medio, el fin, no obstante, es el bien como finalizante o terminante el apetito de la eficiente;
b) lo que se tiene formalmente – ser apetecido, ser deseado;
c) lo que se tiene a modo de condición – el conocimiento.
Luego el fin importa bondad o perfección, en cuanto da lugar al “fieri” o movimiento y a la causalidad de la eficiente; es, en efecto, aquello por cuya “gracia” se hacen las otras cosas.

Luego todo agente obra por un fin.- Conviene que el “fieri” o el movimiento que importa la acción del agente, sea determinado; lo indeterminado, en efecto, es incapaz de existir. Mas el movimiento es determinado, en cuanto está terminado, o en cuanto tiende a cierto término. Y es necesario que éste término sea conocido y apetecido, si no por el mismo agente, por lo menos por algo más alto, dotado de conocimiento y voluntad, que ordena el agente a su término. Pues solamente por el conocimiento las cosas se determinan en el esse y en el obrar y por la sola voluntad, salida de este conocimiento, se pueden ordenar a un determinado esse y obrar y a un determinado término.

Mas el término conocido y querido es el fin, fin causa. Por lo cual todo agente obra por un fin. Pero los diversos agentes obran de diverso modo por el fin. Puesto que el fin no ejerza su causalidad, sino en cuanto está en la aprehensión del cognoscente, de ese modo, cada uno obra por un fin, en cuanto se relaciona al conocimiento del fin. Pero algunos agentes no conocen absolutamente el fin, porque no están dotados de ningún conocimiento (los minerales, las plantas), que obran por el fin sólo ejecutivamente, en cuanto son dirigidos al fin por el que conoce el fin, y esto de dos maneras: algunos naturalmente son dirigidos por el instituyente de la naturaleza por alguna forma “indita” intrínseca (la naturaleza, en efecto, o la forma es el principio interno del movimiento y de la finalidad), otras de modo meramente extrínseco ( violentas, como la flecha). Algunos agentes conocen el fin, pero imperfecta y materialmente (los animales brutos).

Conocen, en efecto, concretamente el bien conveniente como conveniente a sí, pero no conocen la esencia del fin, ni confusamente, es decir, no conocen la razón abstracta, universal de esta misma bondad y conveniencia, bajo la cual tomaran el bien singular, concreto juzgando y dando razón así de su bondad. Igualmente los brutos conocen concretamente el medio como conveniente al fin, como útil al fin ( así el ave conoce la paja que ha de recoger como útil para construir el nido, pero no conocen la esencia del medio, es decir, no conocen la razón universal, abstracta de la misma utilidad, bajo la cual tomaran al útil singular, concreto o este medio juzgando y dando razón de su utilidad.

Estos agentes por el fin se dicen obrar ejecutiva y aprehensivamente, pero no electivamente, sino por el instinto o materialmente, en cuanto por la estimación natural ( por la fuerza estimativa, conocen la bondad y la utilidad concretamente, pero de su bondad y utilidad no pueden dar razón. Por lo cual ni se ordenan al fin ni ordenan los medios al fin, sino son ordenados naturalmente al fin y a los medios a ejecutar por el fin, por consiguiente ni libremente eligen el fin ni los medios al fin, sino todo lo que obran está naturalmente ordenado para ellos. No se mueven en cuanto al fin.

Ciertos agentes conocen el fin perfecta y formalmente ( agentes intelectivos), que obran por el fin electiva o formalmente, en cuanto libremente se ordenan al fin, libremente eligen el fin, libremente ordenan los medios al fin. Estos agentes conocen la esencia del fin y del medio (al menos confusamente), y comparando bajo la luz de este conocimiento universal el medio con el fin y el fin con ellos mismos, juzgan y dan razón a sí del fin y de los medios en concreto a elegir – acerca de la bondad del fin y de la utilidad de los medios y así entienden la proporción del fin a sí mismos y de los medios al fin. Estos se mueven también en cuanto al fin.

Luego el efecto del fin son todas las cosas, que pertenecen al orden de la ejecución, tanto los medios mismos queridos cuanto las voliciones acerca de estos medios y acciones externas; éstas, en efecto, todas son por el fin o el fin gracia; igualmente el mismo acto de intención hacia el fin, por el cual la voluntad tiende al fin como a conseguir por los medios. Es por el fin o efecto del fin; más aún el mismo simple amor del fin como elícito (emanado) de la voluntad es efecto del fin o “finis gracia”, aunque el mismo amor en cuanto dependiente del fin no es efecto del fin, sino el mismo ejercicio de la causalidad final. El agente, en vez, que obra por el fin, se finaliza por el fin, no como efecto del fin, sino como sujeto movido por el fin.

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